

- Título: La deshora
- Autor: Jorge Cappa
- Año de publicación: 2025
- Editorial: Olé Libros
- Páginas: 68
Cuando la hora de deshace en la mano
El tiempo no pasa, y sin embargo nos atraviesa. No es que avance ni que se detenga, sino que se disuelve, se fragmenta y nos deja a solas con sus restos. Cada instante que creemos vivir ya ha ocurrido, y cada palabra que pronunciamos llega siempre tarde, como si el mundo estuviera escribiendo otro guion mientras nosotros intentamos seguirle el compás. Esa desfase perpetua, ese minuto que se nos escapa mientras lo sostenemos entre las manos, es lo que podríamos llamar La deshora: la hora que no existe y que, aun así, nos define.
En ese lugar sin medida, donde lo vivido se confunde con lo imaginado, la memoria se convierte en herida y la palabra en refugio. Todo lo que somos —el deseo, el amor, la conciencia de nuestra propia caducidad— se precipita en ese intersticio donde la vida llega siempre con retraso, y aun así, insiste en dejar huella. La poesía nace allí, no como intento de retener, sino como acto de reconocimiento, el de la lucidez de comprender que todo se pierde mientras seguimos nombrándolo.
Y es precisamente desde esa tensión —entre la pérdida y la insistencia, entre la caducidad y la resistencia— que surge el lugar desde el que leer y sentir un poemario como La deshora. En sus páginas, Jorge Cappa despliega una voz que sabe habitar ese desfase, que entiende la fractura del tiempo y construye belleza desde la grieta misma.
La deshora de Jorge Cappa
En La deshora, Jorge Cappa despliega un poemario de madurez lírica y precisión simbólica, donde cada verso parece surgir desde una cornisa incierta entre el recuerdo y el deseo. Lejos de ofrecer una narrativa biográfica o una confesión emocional directa, el autor construye una voz poética que se interroga a sí misma, bordeando el lenguaje como si este fuera el último abrigo posible frente al desconcierto del tiempo. Publicado por Ole Libros, una editorial que ha hecho de la poesía uno de sus territorios más fértiles, el libro se inscribe en un catálogo que reúne a voces diversas y necesarias, autores que, como Cappa, entienden la poesía no como un género menor, sino como una forma de pensamiento vivo. Quien se acerque a su catálogo descubrirá que, cada libro, lleva impresa una misma convicción, la de que aún hay palabras capaces de sostener el silencio.
El libro —estructurado en 38 poemas más un apéndice de 4 letras de canciones— se articula en torno a un eje claro pero movedizo, el tiempo como fractura. En La deshora, el tiempo no avanza, sino que se desarma, se repite, se pierde. Esta sensación de cronología quebrada sitúa al yo poético en un lugar liminal, como si caminara “a destiempo” o despertara en una realidad donde todo ocurre un segundo antes o un paso después.
Desde ese desfase, Cappa despliega una poética del umbral, donde cada poema es una tentativa de fijar un instante antes de que desaparezca. Pero lo que más sorprende no es la melancolía con que se encara esa imposibilidad, sino la lucidez con que se acepta. No hay en estos textos una queja dolida, sino una conciencia aguda del límite. El poema no se ofrece como consuelo, sino como trinchera.
La memoria, por su parte, aparece como campo de batalla, ya que en algunos poemas es resistencia, la evocación de un momento que se niega a desaparecer. En otros, es condena, la certeza de que todo lo que fue ya no será.
Tampoco falta el deseo, aunque no se presenta en clave erótica. Más bien se trata de un deseo de comprender, de permanecer, de nombrar lo innombrable. Un deseo, en suma, que se confunde con el acto mismo de escribir. Cappa sugiere que el verdadero motor de la poesía no es la plenitud, sino la ausencia, algo que falta y que el poema intenta —sin lograrlo del todo— recobrar.
En definitiva, La deshora es un poemario de orillas, entre el ahora y el nunca, entre el pasado que persiste y el presente que se escapa. Jorge Cappa nos entrega una obra contenida y potente, marcada por la sutileza lírica, el cuidado verbal y una mirada capaz de nombrar el temblor sin hacerlo ruido. Un libro que no ofrece respuestas, pero afina la pregunta con una precisión conmovedora.
Analisis
La deshora es un poemario atravesado por una pregunta persistente: ¿qué queda cuando el tiempo ya no avanza, cuando la palabra llega tarde, cuando el amor y la memoria se cruzan sin reconocerse? Todo en este poemario orbita alrededor de esa fractura temporal, el de la deshora como territorio donde lo vivido se confunde con lo imaginado, donde el presente se abre como una herida luminosa.
La voz que recorre La deshora no es un yo confesional, sino una conciencia que se sabe hecha de tiempo. Su tono oscila entre la afirmación y el asombro, entre la lucidez y la ensoñación. A veces, como en La espera, el poema arde en deseo, y la espera se convierte en una forma de permanencia: “Esperé una madrugada / esperé una vida / esperé un poema entero…”. No es el recuerdo lo que habla ahí, sino la obstinación de quien mantiene encendida la fe en lo imposible. En otros momentos, esa energía se repliega, como en La escalera, donde el movimiento ya no conduce, sino que se repite: “gira una escalera que desarma el tiempo / y repite mi nombre”. El amor, la identidad y el propio lenguaje se vuelven procesos circulares, sin desenlace.
En ese punto, el poemario alcanza una de sus tensiones más hondas, la de la batalla entre la continuidad del deseo y la conciencia del desgaste. El yo poético no se rinde, pero sabe que cada palabra nace ya un poco herida por el tiempo. Esa consciencia no lo paraliza; al contrario, lo impulsa a escribir desde la grieta, a construir belleza en medio del deterioro. La deshora es un libro que acepta la caducidad, pero la convierte en forma, su materia es la erosión, y su música, la del instante que resiste.
El lenguaje del amor atraviesa todo el libro, pero no como exaltación romántica, sino como forma de conocimiento. El tú —a veces figura concreta, a veces sombra— no es solo destinatario, sino espejo. La amada encarna la frontera entre lo tangible y lo inalcanzable: un cuerpo que se recuerda, pero también un espacio donde el poema intenta reconocerse. En Desvelo, por ejemplo, el amor ya no es presencia sino vibración: “el sabor del deseo / con la saliva de otro siglo”. Ahí el deseo no remite a una persona, sino al impulso vital que mantiene al lenguaje despierto.
La memoria, en este contexto, deja de ser archivo para volverse experiencia dinámica. No se recuerda un hecho, sino la forma en que el tiempo lo disuelve. En muchos poemas, el pasado aparece como un residuo luminoso, una sustancia en movimiento, no como algo que se conserva, sino como algo que se repite, que se reescribe. Por eso los versos están llenos de giros, de repeticiones, de estructuras que se doblan sobre sí mismas, donde el propio poema imita el modo en que el pensamiento vuelve una y otra vez a lo perdido, sin llegar nunca al origen.
Pero si hay un tema que vertebra todo el libro, ese es el silencio. No como ausencia, sino como condición previa del decir. En Después del silencio, el poeta se sitúa en un “después” que no es final, sino comienzo: “las palabras se enredan entre las rocas / y su nostalgia queda navegando alrededor de una nube de cartón”. El lenguaje se presenta aquí como materia vulnerable, pero aún viva, ya que incluso dañado, aún canta. Esa idea recorre el poemario entero —la certeza de que la poesía no salva, pero sobrevive—.
Y aunque en algunos momentos —pocos— la voz puede sentirse distante, más preocupada por la imagen que por la emoción, incluso esa frialdad parcial resulta coherente con el espíritu de la obra. La deshora no busca conmover por exceso, sino por insistencia. Su emoción no se grita, sino que se filtra. Es un poemario que confía en la resonancia más que en la revelación.
En conjunto, La deshora propone una experiencia poética donde el tiempo no cura ni hiere, sino que piensa. La poesía aparece como una forma de resistencia íntima, no como un refugio frente al mundo, sino como un modo de permanecer despierto en medio de su desajuste.
Valoración
No es fácil escribir un poemario como La deshora, por la dificultad de sostener una voz en equilibrio entre la claridad y el misterio, entre lo vivido y lo pensado. Y lo notable es que este libro consigue mantener ese tono exacto, como si la voz del poeta hubiese aprendido a respirar dentro del tiempo sin pertenecer del todo a él.
Lo que más me impresiona al leerlo no es solo la riqueza verbal —que la tiene, y mucha—, sino la coherencia de su atmósfera. Desde los primeros poemas hasta los últimos, se percibe una continuidad tonal que convierte el libro en una especie de largo monólogo interior, una conversación entre el yo, el tiempo y la palabra.
Hay, además, una madurez poco frecuente en el modo de administrar la emoción, ya que Jorge Cappa no se refugia en la ironía ni se derrama en sentimentalismo, sino que opta por la contención. El dolor, el deseo o la nostalgia aparecen siempre filtrados por una conciencia lúcida que sabe que toda revelación, por intensa que sea, es pasajera. Esa conciencia del límite —del lenguaje, del amor, del tiempo— da al libro una serenidad melancólica que lo vuelve profundamente humano.
Sin embargo, si algo podría señalar como su leve flaqueza —más estética que estructural— es esa distancia emocional que en ocasiones se interpone entre el lector y el poema. Hay momentos en los que la imagen, tan cuidadosamente elaborada, parece imponerse sobre la vivencia que la originó. Como si el poema, en su afán de exactitud, olvidara por un instante la respiración del temblor humano que lo inspira. Pero incluso esa frialdad tiene sentido dentro del conjunto, ya que forma parte de la poética del libro, de su idea de que la emoción verdadera no necesita gritar para perdurar.
Por lo demás, La deshora es un ejemplo de poesía concebida como pensamiento vivo. Cada imagen, cada ritmo, cada pausa, parece responder a una necesidad de orden interior. Jorge Cappa no escribe desde la exaltación, sino desde la conciencia de que la palabra —cuando se pronuncia con verdad— puede reconciliar, aunque sea un instante, las grietas del tiempo.
A nivel técnico, el uso de la metáfora y de la musicalidad demuestra un oído afinado y un dominio del ritmo interno. No hay gratuidad en las repeticiones ni en la recurrencia de ciertos motivos; el libro construye su identidad a través de la insistencia, y ese sistema simbólico (la escalera, la luz, el silencio) funciona como un conjunto de espejos que se van iluminando entre sí.
Una vez concluido el poemario, me quede con la sensación de haber asistido a una suerte de sinfonía lenta del tiempo, donde cada poema es un compás distinto de la misma melodía. Y quizá eso sea lo más difícil de lograr en poesía, no solo escribir buenos poemas, sino construir una respiración común entre ellos, una coherencia emocional que los una sin repetirlos.
La deshora consigue precisamente eso, ser un libro que piensa, que siente y que se escucha. Un poemario donde el tiempo no es solo tema, sino forma; donde el silencio no es vacío, sino origen; y donde la palabra, aún sabiendo que llega tarde, sigue llegando.
Personalmente, me quedo con esa imagen final de “Después del silencio”: “un verano nos espera / con su brisa invencible”. Es, quizá, el mejor resumen de la poética de este libro, una fe discreta, una resistencia que no necesita proclamas, un modo de decir que, incluso cuando el mundo se deshace, aún hay algo que sopla, que canta, que se aferra a la luz.
NOTA: 3,9/5
Jorge Cappa

Jorge Cappa (Madrid, 1979) es escritor y poeta. Licenciado en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gestión Cultural por la Universidad Carlos III, ha desarrollado una trayectoria literaria marcada por la precisión verbal y una sensibilidad que oscila entre la introspección y la lucidez simbólica.
Autor de los poemarios Sueños en el aire (2017) y Lumbre de marfil (2022), publica ahora La deshora (Olé Libros, 2025), su tercer libro de poesía. Además de poesía, cultiva el cuento, el microrrelato, el haiku y el artículo, géneros donde también ha recibido amplio reconocimiento.
Con más de 130 galardones literarios obtenidos en trece países, su obra ha sido distinguida en certámenes tan relevantes como el Carlos Giménez, el Manuel Vázquez Montalbán, el Rodrigo Manrique, el Marina Sotogrande o el Armonía Somers, entre otros. Sus textos figuran en más de cincuenta antologías y ha participado en múltiples festivales, ponencias y encuentros literarios, consolidándose como una de las voces poéticas españolas más activas y premiadas de su generación.
