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Reseña de El jacarandá de Gael Faye

10/07/2025
imagen de la portada de la novela el jacarandá de Gael Faye, en la que sobre un fondo lila se ve la silueta de una jaracandá y bajo sus ramas la silueta de una persona.
imagen de la portada de la novela el jacarandá de Gael Faye, en la que sobre un fondo lila se ve la silueta de una jaracandá y bajo sus ramas la silueta de una persona.
  • Título: El jacarandá
  • Autor: Gael Faye
  • Año de publicación: 2025
  • Editorial: Salamandra
  • Páginas: 256
Índice

    El jacarandá de Gael Faye, donde florece el dolor

    Cuando estalló el genocidio de Ruanda yo debía de tener unos catorce años y me preparaba para otro verano que, como todos a esa edad, parecía prometer lo de siempre, un sopor amable de siestas largas, tardes de bicicleta y algún intento torpe de besar a una chica en alguna fiesta. Mientras yo me dejaba arrullar por la promesa de una estación sin sobresaltos, al otro lado del mundo se abría una grieta tan atroz en la tierra que, de haberla comprendido entonces, me habría obligado a crecer de golpe. Pero no la comprendí, de hecho, apenas supe de su existencia. Las noticias llegaban filtradas, si es que llegaban, y lo poco que se decía no conseguía atravesar el manto de indiferencia que suele envolver la cómoda vida de un adolescente europeo. Era otro país lejano, otro conflicto incomprensible, otra matanza de nombres difíciles y yo, cambiaba de canal, o bajaba el volumen, o simplemente no prestaba atención. No porque fuera cruel, sino porque era joven. Porque no sabía, porque no quería saber.

    Tardé años en mirar de frente aquello que no quise ver en su momento, muchos años y muchos libros. Porque a veces los libros llegan cuando ya estás listo para encajar lo que antes habrías esquivado. Y hay libros —pocos— que no solo te enseñan lo que ocurrió, sino que te obligan a preguntarte dónde estabas tú cuando ocurrió. Nuestra parte de noche, que diría Mariana Enríquez, pero esta vez sin fantasmas. Solo con nosotros, los que crecimos sin saber que mientras hacíamos planes para ir al cine, otros niños de nuestra edad eran despedazados a machetazos ante la mirada muda del mundo.

    Este libro, el que tengo ahora entre las manos y del que quiero hablarte, no busca explicarte Ruanda con datos ni con mapas, no pretende resumirte el horror ni envolvértelo en papel de historia, lo que hace es más raro y más valiente. El jacarandá, novela ganadora del premio Renaudot 2024, habla precisamente de eso, de mirar lo que tantos prefirieron no ver y de escuchar lo que otros decidieron silenciar. También nos habla de un chico —Milan— que, casi sin darse cuenta, empieza a entender que recordar también puede ser una forma de justicia. O quizá de amor.

    Sinopsis

    Todo empezó una primavera, frente a la televisión, mientras las imágenes del genocidio en Ruanda sacudían el telediario, Milan descubría por primera vez el país de su madre, un país del que en casa apenas se hablaba. Sus padres miraban en silencio. Él, no. Poco después es acogido en su casa Claude, un primo ruandés con una herida en la cabeza y la mirada perdida, y ese fue para Milan, el principio de una historia que ya no lo soltaría.

    Pasarán los años, la adolescencia, los amores, la separación de sus padres. Y, un verano, Ruanda lo llama por primera vez, y aunque al principio se resiste, allí entre colinas verdes, picaros locales amantes de la literatura, rituales ajenos y una abuela centenaria que guarda más verdades de las que dice, Milan empiezará a descubrir que Ruanda no es solo la tierra de una guerra pasada, sino también la de su memoria futura. Años después, convertido en estudiante de Derecho, Milan decide volver, ya que quiere trabajar en los gacaca, los tribunales populares que intentan hacer justicia tras el genocidio. Su madre le suplica que no lo haga, que no remueva nada, que no indague en el pasado de su propia familia. Pero Milan ya ha cruzado una línea interior.

    Lo que descubre en Ruanda, en los juicios, en las palabras rotas de Claude, en los ojos de su tía Eusébie, en el silencio de Stella, una prima frágil que se refugia bajo un jacarandá cuando el mundo le pesa, es más complejo, más doloroso y más vital de lo que esperaba. El pasado no está enterrado. Algunos fantasmas tienen nombre, algunos verdugos aún caminan y algunos árboles, como el jacarandá de Stella, caen.

    Cuando su madre enferma gravemente Milan regresa a Francia para despedirse, y comprende que la historia que ha estado buscando no está en los archivos ni en los tribunales, sino en las grietas de su propia familia. Volverá a Ruanda con sus cenizas y empezará a imaginar la historia que quiere escribir, que no es solo la de una guerra, sino la de una herencia. La historia de Ruanda a través de las voces que la han callado, la han sufrido y, al fin, la están empezando a contar.

    Estilo y personajes

    La prosa de Gaël Faye en Jacarandá se caracteriza por su fluidez, su sensibilidad y una cuidada sobriedad. No se recrea en ornamentos ni descripciones innecesarias, se enfoca en lo que realmente importa, que no es solo la historia, sino sobre todo, los vínculos, las heridas y los silencios. El lenguaje de Gaël Faye es pausado, de apariencia sencilla, y sin embargo logra transmitir con intensidad tanto el dolor contenido como la belleza de los pequeños gestos. Su estilo, aunque en su mayor parte directo, despliega en ciertos pasajes un lirismo tenue, un pulso poético que asoma sobre todo cuando el texto se aproxima al recuerdo, al trauma o a la intimidad. No es una prosa que busque el deslumbramiento, sino la cercanía emocional.

    El uso del diálogo merece también una mención, ya que si bien en los primeros capítulos puede parecer algo plano o funcional, a medida que la novela se adentra en el territorio emocional de los personajes, estos intercambios ganan espesor. No son diálogos brillantes en términos formales, pero sí verosímiles, íntimos, cargados de matices emocionales que no siempre se expresan en lo que se dice, sino en lo que se calla.

    Los personajes en Jacarandá están construidos con una notable precisión emocional y narrativa. El personaje principal, Milán, funciona como eje estructural y emocional de la novela. Su retorno a Ruanda no es solo geográfico sino identitario, y es a través de su mirada como se articula un doble proceso de redescubrimiento —del país y de sí mismo— que estructura toda la narrativa.

    A su alrededor, orbitan figuras complejas que no cumplen una función meramente instrumental, sino que tienen voz, memoria y espesor propios. Claude, su primo, es una de ellas. Aunque aparece como contrapunto —más radical, más visceral— su rabia no es gratuita, ya que nace de una experiencia directa del genocidio y de las injusticias persistentes.

    Stella, por su parte, aporta una dimensión más íntima, más lírica, es un personaje frágil, retraído, cuya historia personal refleja el daño profundo e invisible que el genocidio ha dejado en quienes nacieron después. Su refugio en el árbol de jacarandá —ese lugar secreto que solo comparte con Milán— tiene una fuerte carga simbólica, puesto que encarna tanto la necesidad de un espacio propio como la posibilidad de un vínculo genuino en medio del trauma heredado. El elenco se completa con figuras como la abuela, que actúa como memoria viva del pasado, o Sartre, un personaje de trazo más leve pero que aporta contraste y cierta ironía.

    Conclusión

    El jacarandá de Gaël Faye me ha parecido una novela incómoda, luminosas y oscura al mismo tiempo. No solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta y, sobre todo, por lo que despierta. La historia de Milan me ha tocado profundamente. Su viaje a Ruanda no es el de un turista ni el de un joven con ganas de descubrir sus raíces, sino qué es el de alguien que se enfrenta, casi a regañadientes, con una parte de sí mismo que lleva demasiado tiempo escondida entre silencios familiares, evasivas y duelos nunca resueltos.

    Me ha gustado cómo Faye logra construir una novela tan comprometida y profunda sin caer en el dramatismo forzado, ya que aquí el tono es contenido, casi pudoroso, pero la carga emocional está ahí, latiendo en cada página, y se siente aún más potente por eso mismo. Su estilo no necesita adornos grandilocuentes, es funcional, sí, pero también elegante y, por momentos, poético.

    También me ha parecido interesante la parte de los gacaca, ya que no conocía en profundidad estos tribunales populares, y me ha impactado tanto su existencia como su función, que no era otra que la de buscar justicia en un país roto, pero sin romperlo aún más. He cerrado el libro con una mezcla de emociones difícil de poner en orden. Tristeza, sí, pero también un extraño consuelo y la sensación de haber acompañado a Milan en un proceso de descubrimiento que no se parece al turismo emocional ni al exotismo de escaparates, sino a algo más íntimo, más ético. Un compromiso con la memoria, con la verdad, y también con el afecto. Faye no solo nos regala una historia, nos entrega una herida abierta y nos pide que no la miremos con morbo, sino con respeto. Que no la olvidemos.

    Y yo, desde luego, no la voy a olvidar.

    NOTA: 4,2/5

    Gael Faye

    imagen de gael faye en la que se le ve sonriendo de perfil.

    Gaël Faye nació en 1982 en Bujumbura, la capital de Burundi, con el corazón dividido entre dos continentes, ya que su madre es ruandesa y su padre francés. En 1995, cuando la guerra civil estalló en su país, tuvo que emigrar a Francia siendo apenas un adolescente. Desde entonces, la memoria, el exilio y la identidad han sido las brújulas de su obra.

    Aunque en sus inicios estudió finanzas y hasta trabajó en Londres con traje y corbata, pronto decidió cambiar el despacho por el micrófono. Es músico —sí, también canta—, y esa sensibilidad rítmica se cuela en su escritura con cadencia en sus frases y una música en su forma de narrar.

    Se dio a conocer como novelista en 2016 con Pequeño país, un debut arrollador que le valió premios, traducciones y una adaptación al cine. En 2024 volvió con fuerza con Jacaranda, su segunda novela, y con la que ganó el prestigioso premio Renaudot, donde vuelve a mirar al pasado, al dolor y a los silencios, pero con una madurez que confirma que lo suyo no es promesa, sino certeza.

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