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Reseña de Las buenas noches de Isaac Rosa

21/10/2025
portada de la novela de Isaac rosa Las buenas noches en la que se ve a un hombre y una mujer de espaldas sentados en una cama con las manos entrelazadas
portada de la novela de Isaac rosa Las buenas noches en la que se ve a un hombre y una mujer de espaldas sentados en una cama con las manos entrelazadas
  • Título: Las buenas noches
  • Autor: Isaac Rosa
  • Año de publicación: 2025
  • Editorial: Seix Barral
  • Páginas: 256
Índice

    Las buenas noches de Isaac Rosa: el insomnio también puede ser una historia de amor

    Querido Isaac Rosa:

    No suelo escribir cartas a los autores de los libros que reseño, pero después de leer Las buenas noches he considerado oportuno saltarme el protocolo. Abrí tu novela con la ingenua intención de “leer un par de capítulos antes de dormir”. Error de principiante. Horas después, con los ojos incendiados y la realidad tambaleándose como un borracho a la salida de un bar, entendí que este no era un libro para conciliar el sueño, sino para enfrentarlo.

    Tú has escrito la novela de una época que bosteza, Isaac. Vivimos en el siglo del cansancio, donde acumular horas de sueño parece más difícil que ahorrar para una casa. Nos repiten que el éxito depende de madrugar, de producir, de “salir de la zona de confort”. Pero la verdadera incomodidad, como bien recuerdas, empieza cuando se apaga la luz y uno intenta descansar —es decir, cuando uno intenta ser simplemente humano. Ahí, sin correos pendientes ni métricas de productividad, empieza la intemperie.

    No sé si te lo han dicho aún, pero has tenido la osadía de escribir una novela política sin que lo parezca. Has colocado el insomnio en el centro del mapa, no como una molestia cotidiana, sino como el síntoma de algo roto, vidas hipotecadas, alquileres que se comen media nómina, relaciones humanas reducidas a suscripción emocional mensual y expectativas que pesan más que el colchón. En vez de gritarnos consignas, has preferido una vía más cruel, la de mostrarnos lo que somos cuando nadie nos mira, cuando estamos al borde del sueño… o del derrumbe.

    Y, sin embargo, en medio de ese paisaje gris, en tu novela aparece algo raro, casi milagroso: ternura. Una ternura que no se exhibe, sino que se cuela como un hilo silencioso entre dos personajes que comparten cama sin prometerse nada. Qué subversivo resulta eso hoy, dormir juntos sin romanticismo industrial, sin hashtags, sin contrato afectivo. Solo dormir. Como si recuperar el descanso fuera la nueva forma de resistencia.

    Te confieso que mientras leía pensaba en una paradoja curiosa, esta es una novela que se siente urgente, pero se lee despacio, no permite la prisa ni el zapping literario. Requiere asentarse en ella como quien se sienta en la cama antes de apagar la luz, con esa breve pausa en la que uno decide enfrentarse o no a lo que le pesa. Quizá ese sea el mérito mayor de Las buenas noches, que desnuda sin humillar y acompaña sin consolar del todo.

    Y ahora que hemos hablado de sueños, insomnios y malestares modernos, quizá convenga contar a quien nos lee de qué trata, al menos en apariencia, esta historia, aunque ya sabemos que, en tu literatura, lo que parece nunca es lo único que hay.

    Sinopsis

    Dos desconocidos, un hombre y una mujer acosados por un insomnio crónico, se encuentran por casualidad una noche en el bar de un hotel. Lo que comienza como una conversación entre dos náufragos de la madrugada se convierte en una extraña alianza nocturna, ya que empiezan a acompañarse en sus noches en vela, caminando por la ciudad mientras comparten fragmentos de sus vidas. Ella habla de un matrimonio agotado con Óscar, un hombre ausente que duerme con facilidad mientras a ella la desvela la frustración. Él confiesa que el insomnio ha erosionado su vida hasta límites insospechados, incluso llevándose por delante antiguas relaciones, divorcios de insomnio, los llama con amarga lucidez.

    La narración principal se alterna con un “diario del sueño” del protagonista, donde anota con precisión clínica sus rutinas nocturnas: las horas que intenta dormir, los fracasos constantes, los rituales inútiles y los desvaríos que inventa para engañar al sueño —ajedrez, navegación obsesiva por Internet, escritura y métodos que no funcionan. Su vida laboral también acusa desgaste, ya que trabaja como lector editorial y la falta de descanso lo vuelve vulnerable, errático, casi transparente.

    Un día, ambos descubren por azar algo insólito, si duermen juntos, logran descansar. Sin pretensiones amorosas ni intenciones románticas, deciden probarlo de nuevo. El experimento funciona. Lo repiten. Lo convierten en costumbre. Los miércoles se citan en un hostal para dormir, solo dormir, sin siquiera decirse los nombres. Pero la necesidad compartida se transforma pronto en dependencia, y comprenden que están atrapados en una dinámica secreta que no pueden contar a sus parejas sin resultar inverosímiles.

    Su acuerdo, sostenido entre la vigilia y el sueño, se convierte en un refugio efímero contra el ruido del mundo. Pero incluso los refugios más íntimos están hechos de aire, y tarde o temprano la realidad encuentra la forma de filtrarse. A partir de entonces, las noches cambian de textura, el insomnio adquiere otro tono y lo que parecía alivio se vuelve una pregunta sin respuesta.

    Estilo

    Narrada por el propio protagonista, Las buenas noches despliega una voz que se mueve entre la introspección más honda y la confesión más íntima, con un registro que oscila entre el flujo de conciencia y el monólogo dirigido a una segunda persona ambigua, una “tú” con la que se refiere la mujer con la que comparte el insomnio. Esa elección narrativa no es un capricho estilístico, sino una consecuencia natural de la propia vigilia, puesto que cuando uno lleva demasiadas noches sin dormir, las fronteras entre el yo y el otro, entre el pensamiento y la palabra, entre la confidencia y la alucinación, comienzan a desdibujarse.

    El estilo de Isaac Rosa es profundo, preciso y rítmico, pero sin caer jamás en la pedantería ni en el artificio; su prosa respira una naturalidad tensa, casi orgánica, que acompasa la ansiedad del protagonista con una lucidez que a ratos resulta perturbadora. Hay algo filosófico en esa voz que observa el insomnio como un territorio moral y político, como una metáfora de un mundo donde descansar se ha convertido en un privilegio. Lo que podría haber sido simplemente una historia de amor o de soledad se convierte aquí en una reflexión sobre la vulnerabilidad contemporánea, sobre el cuerpo y su incapacidad de detenerse cuando todo alrededor exige seguir funcionando.

    El amor que plantea Rosa es de otra naturaleza, un amor que no nace del deseo ni de la costumbre, sino de la necesidad compartida de dormir, de hallar refugio en el sueño del otro, en su respiración acompasada. Y del mismo modo, el desamor que lo atraviesa tampoco responde a las leyes tradicionales del abandono o la traición, sino a algo más hondo, como la pérdida de la única posibilidad de descanso, la ruptura de ese frágil pacto que sostenía a dos almas exhaustas frente a la intemperie.

    Los personajes, siempre envueltos en un halo de misterio, parecen diseñados para encarnar esa ambigüedad. Sabemos de ellos lo justo: sus rutinas nocturnas, sus gestos mínimos, sus pequeñas manías, y, sin embargo, su humanidad se impone con una fuerza inusitada. No son personajes al uso, sino presencias, dos sombras que caminan por la ciudad mientras el mundo duerme.

    Mención especial merece el diario del sueño, ese registro casi clínico y a la vez poético donde el protagonista documenta sus horas sin descanso. En esas páginas Rosa despliega su talento analítico con precisión quirúrgica, diseccionando los actos más insignificantes, como mirar el reloj, pasear por internet, jugar al ajedrez, pensar en dormir…hasta convertirlos en síntomas de algo más grande, un malestar colectivo que desborda al individuo. Porque Las buenas noches no habla solo del insomnio como dolencia personal, sino como consecuencia de un sistema que no permite cerrar los ojos ni un instante, una sociedad que ha convertido el sueño en un lujo y el descanso en una forma de resistencia.

    Conclusión

    Leer Las buenas noches ha sido, paradójicamente, una experiencia que me quitó el sueño. No porque me dejara insomne —aunque hubo noches en que seguía pensando en sus páginas mucho después de cerrarlas—, sino porque me recordó que dormir, en estos tiempos, es casi un acto político. Isaac Rosa ha escrito una novela sobre el insomnio que no necesita de excesos ni giros espectaculares para mantenerte despierto, basta su lucidez, su ironía serena y ese talento suyo para hurgar en lo cotidiano hasta hacerlo doler un poco.

    Me ha gustado especialmente cómo convierte el desvelo en una metáfora del malestar contemporáneo sin caer en sermones ni dramatismos. Aquí nadie busca la redención, ni siquiera el descanso pleno; lo que hay es una búsqueda obstinada de alivio, un pulso entre el cuerpo y la mente, entre el sistema que nos exprime y la mínima tregua que aún nos permitimos. Y en esa tensión, Rosa demuestra una madurez narrativa admirable, ya que sabe cuándo callar, cuándo repetir, cuándo dejar que la frase se alargue como si también ella se resistiera a dormirse.

    Hay algo de ternura y de absurdo en la idea de dos desconocidos que solo pueden dormir juntos sin conocerse. Y, aunque podría parecer un argumento casi cómico, lo que Rosa consigue es exactamente lo contrario, una historia contenida, elegante, que logra emocionar, y que retrata como pocas ese cansancio colectivo que todos llevamos encima pero fingimos no notar.

    Si algo me ha dejado claro esta novela es que el insomnio no es solo un problema médico ni un mal menor, sino que es la grieta por la que se cuela todo lo demás, la precariedad, el miedo, la sobreexposición, la imposibilidad de detenerse. Y leer a Rosa hablar de eso con tanta precisión y, al mismo tiempo, con tanta humanidad, es casi reconfortante.

    Así que sí, Las buenas noches no me ayudó a dormir mejor, pero me hizo pensar que quizás no estamos tan solos en esta vigilia interminable. Y a falta de sueño, al menos me dejó algo de lo que últimamente andamos más escasos que de horas de descanso: una buena historia.

    NOTA: 4,1/5

    Isaac Rosa

    imagen de isaac rosa en la que aparece de perfil con un libro en la mano

    Isaac Rosa (Sevilla, 1974) es uno de los narradores más lúcidos y comprometidos de la literatura española actual. Autor de novelas tan destacadas como El vano ayer —Premio Rómulo Gallegos, Ojo Crítico y Andalucía de la Crítica—, El país del miedo, ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! o La mano invisible, ha construido una obra sólida y coherente que combina la reflexión social con una mirada profundamente humana. Rosa escribe con la precisión y la ironía de quien ya ha visto demasiado, sus historias radiografían las tensiones de la vida moderna —el trabajo, la familia, el miedo, la falta de descanso— con una voz tan crítica como empática.

    Además de novelista, es columnista habitual en medios como eldiario.es y colaborador en la Cadena SER, donde despliega la misma claridad y humor con los que escribe ficción. En Las buenas noches vuelve a demostrar por qué es uno de los escritores más interesantes de su generación, porque logra convertir el insomnio —esa dolencia silenciosa y colectiva— en una poderosa metáfora del tiempo que nos ha tocado vivir.

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