

- Título: Ese imbécil va a escribir una novela
- Autor: Juan José Millás
- Año de publicación: 2025
- Editorial: Alfaguara
- Páginas: 176
Ficha psiquiátrica N.º 11235 — Caso: Juan José Millás
Nombre del paciente: Juan José Millás
Edad: Indeterminada. Fluctúa entre niño asustado y escritor septuagenario.
Ocupación declarada: Escritor, periodista, alter ego de sí mismo y de otros.
Antecedentes familiares: Traumáticos, ambiguos, probablemente ficticios.
Síntoma principal: Piensa que la realidad es una novela en proceso de escritura. Asegura escuchar la voz de un narrador omnisciente que lo observa incluso en el váter.
Síntomas asociados:
– Episodios frecuentes de desdoblamiento de personalidad.
– Uso compulsivo del recurso literario como defensa frente a la existencia.
– Dificultades para distinguir entre metáfora y literalidad (una vez le dolía el alma y pidió cita con el reumatólogo).
– Conversaciones con muebles, voces interiores, y otros entes igual de narrativos que reales.
Diagnóstico provisional:
Psicosis literaria crónica con brotes de clarividencia metaficcional. Trastorno de la identidad narrativa persistente, agravado por episodios de «realidad desplazada».
Pruebas complementarias:
– Examen de estilo: retorcido y brillante.
– Análisis del lenguaje: ironía en sangre muy por encima de los niveles recomendados.
– Escáner de memoria: zonas borrosas, posiblemente intervenidas por la ficción.
Tratamiento prescrito y ya administrado:
– Escritura compulsiva de una novela como mecanismo de compensación simbólica frente a la fragilidad de los recuerdos y el exceso de realidad.
– Exposición prolongada a la autoficción, con altos niveles de introspección autorreferencial y humor autodegradante.
– Sesiones de enfrentamiento con su doble interior y con el niño que fue (o no fue).
– Aceptación final del diagnóstico: no hay cura, solo narrativa.
Resultado del tratamiento:
Una novela brillante, desquiciada y lúcida titulada, con perfecta ironía clínica:
Ese imbécil va a escribir una novela.
Ese imbécil va a escribir una novela
Claro que, con todo lo dicho, nadie debería sorprenderse de que Juan José Millás sea uno de los grandes narradores de la literatura española contemporánea. Porque lo es. A pesar de sus delirios —o gracias a ellos—, ha construido una de las obras más singulares, afiladas y lúcidas de nuestra narrativa. Lo curioso es que, en mi caso, la entrada en su universo no fue inmediata. Hace más de veinte años leí una de sus primeras novelas y, lo confieso, no conecté. Así que lo dejé. Pero el tiempo, que a veces sabe más que uno mismo, me empujó a darle otra oportunidad y llegó El mundo, esa genial novela autobiográfica en la que Millás desentraña parte de su infancia con una mezcla de ternura, vértigo y precisión quirúrgica. Me fascinó. Desde entonces, ya no hubo marcha atrás. Leí su trilogía con Arsuaga, Dos mujeres en Praga, La soledad era esto, La vida a ratos… y ahora, Ese imbécil va a escribir una novela, y os aseguro que leeré todo lo que el tiempo me permita de este genial e incalificable escritor. De hecho, estoy seguro que podría leer su lista de la compra y encontrar en ella una novela microscópica sobre el paso del tiempo, el desasosiego y el queso curado.
Y ahora, antes de que empiece a oír voces o a hablar con el perchero, toca sumergirse en su última criatura literaria: Ese imbécil va a escribir una novela. Aunque con cuidado, ya que con Millás nunca se sabe si uno está reseñando un libro o participando, sin saberlo, en su próxima novela.
Sinopsis
Juan José Millás —escritor, narrador y protagonista de sí mismo— recibe el encargo de su periódico de escribir un gran artículo. Tal vez el último. O tal vez el primero de otra cosa. Esa búsqueda de un tema definitivo lo empuja a adentrarse, como solo él sabe, en las zonas más frágiles y extrañas de su memoria, donde la infancia, los sueños lúcidos y los delirios creativos conviven como si fueran parte del mismo recuerdo mal archivado.
Todo arranca con una escena que no se olvida, cuando un niño con fiebre, llevado por su madre al banco. Allí, ella le presenta al director como “su otro padre”. El niño acepta la revelación sin trauma, total, dos padres mejor que uno, y más si el nuevo sabe de hipotecas. Desde entonces, comienza a sentir que al lado de su cabeza crece otra invisible, la verdadera responsable de sus mejores ideas. Esa cabeza lo acompaña durante toda la vida: en el seminario, en las manifestaciones estudiantiles, en sus sesiones con el psicoanalista y en sus intentos de entender la vejez. Aparecen amigos que podrían no serlo, policías infiltrados que tal vez nunca se infiltraron, nietos de antiguos compañeros que hackean su ordenador (o su novela), y una sucesión de episodios tan inverosímiles que solo pueden ser ciertos… o al menos, literariamente ciertos. lo que parecía un encargo puntual se convierte en una exploración delirante, tierna y filosófica sobre la identidad, la vejez, el miedo, la memoria y las cabezas (in)visibles que nos acompañan.
Millás, como siempre, abre una grieta en la realidad y nos invita a asomarnos sin red. Ese imbécil va a escribir una novela es el retrato de un hombre que intenta escribir… y acaba reescribiéndose. O tal vez ni eso. Tal vez solo está soñando que alguna vez fue un escritor.
Estilo y personajes
Su estilo —cada vez más suyo y más intransferible— tiene algo de hipnosis amable, puesto que te lleva de la mano con una prosa aparentemente sencilla, directa, hasta que te das cuenta de que no estás caminando por una calle recta, sino dentro de un laberinto circular lleno de trampillas, puertas falsas y pasadizos hacia tu propia memoria.
Esta novela no es una excepción. Con su sello habitual —ese entrelazado de autobiografía, ficción, delirio, análisis psicoanalítico y poesía doméstica—, Millás nos atrapa sin prometer nada, ya que aquí no hay una gran trama, ni una resolución clásica. Pero sí que hay ritmo y complicidad. El texto avanza en espiral, como si fuera un pensamiento que se persigue a sí mismo, una conversación en voz baja entre el autor y su otro yo, con el lector como testigo… o cómplice involuntario.
A veces parece un diario íntimo redactado con lucidez quirúrgica; otras, una fábula sin moraleja narrada por un sabio que duda de todo, incluso de sí mismo. El resultado es una mezcla mágica de imaginación, ternura, desazón y carcajada, que nos lleva de lo íntimo a lo filosófico sin cambiar de tono. Y ahí radica parte de su magia, en esa fluidez desconcertante que hace que lo improbable se vuelva verosímil, y lo serio, ligeramente absurdo.
¿Estamos ante realismo mágico? ¿O quizá deberíamos hablar, en el caso de Millás, de auto realismo mágico? Porque aquí no hay mariposas amarillas ni lluvias de flores, sino pensamientos que se hacen carne, cabezas invisibles que dictan novelas, y paranoias que se integran con naturalidad en el paisaje cotidiano. No se desborda la realidad, se retuerce desde dentro, como si se hubiese escrito desde la otra cabeza, esa que solo él ve.
En cuanto a los personajes, mejor no preguntar. ¿Son reales? ¿Inventados? ¿O simplemente versiones alternativas de lo mismo? Lo cierto es que todos, incluso los secundarios más breves, el amigo Alberto, Serafín el infiltrado, el nieto hacker, la psicoanalista perpleja,, parecen existir en ese lugar entre el sueño, el recuerdo y la página en blanco. Resultan tan millanesco como el propio Millás, medio reales, medio imposibles y absolutamente humanos.
Y es que en esta novela —como en buena parte de su obra tardía— el mayor personaje es el propio narrador, que se desdobla, se analiza, se sabotea y se ríe de sí mismo mientras convierte su vida (y sus delirios) en materia literaria. Y lo hace con esa mezcla tan suya de lucidez, ironía y ternura que nos desarma. Es, en el fondo, un libro sobre el paso del tiempo, la fragilidad de la identidad, y el vértigo de escribir cuando uno ya no sabe del todo quién está escribiendo a quién.
Conclusión ¿Quién escribe a quién?
Hay escritores que te cuentan historias, y hay otros que, mientras las cuentas, te van quitando el suelo bajo los pies sin que te des cuenta. Millás pertenece a esta segunda especie. O a una tercera que él mismo ha inventado, la de los narradores que no narran desde fuera, sino desde dentro de una cabeza que no siempre está segura de ser la suya.
Una vez terminé Ese imbécil va a escribir una novela, me quede con la extraña certeza de haber leído algo que se resiste a ser llamado “novela”. O mejor dicho, algo que lleva la palabra novela hasta sus últimas consecuencias, como si Millás quisiera comprobar cuánto puede estirarse la forma antes de romperse. Pero no se rompe. Se transforma.
Porque esto no es solo autoficción, ni ensayo narrativo, ni crónica onírica, ni diario psicoanalítico. Es todo eso a la vez y algo más, es una exploración en espiral de lo que significa recordar, dudar, fabular. De lo que significa narrarse a uno mismo sin saber del todo quién es ese uno. Y ahí está, creo yo, el corazón de la escritura de Millás, en ese vértigo identitario que transforma lo íntimo en algo compartido, incluso colectivo.
Lo leí sonriendo, claro. Porque es divertido. Pero también incómodo, melancólico, incluso desasosegante. A veces parecía que la novela avanzaba sola, sin necesidad de que nadie la escribiera, como si hubiera nacido de esa famosa segunda cabeza invisible que Millás arrastra desde la infancia. Una cabeza que sospecho que ya tiene agencia propia y probablemente, correo electrónico.
Y sin embargo, con todo su delirio, hay una nitidez extraordinaria en el modo en que Millás disecciona el paso del tiempo, la vejez, el cuerpo y la memoria. Lo hace con humor, sí, pero también con una honestidad brutal que desarma. Su estilo es como una conversación de madrugada: lúcida, tambaleante, íntima y llena de verdades que solo pueden decirse con un poco de ironía.
Así que ahora, después de haberla leído, me doy cuenta de que esta novela no solo me ha gustado. Me ha contagiado. Me ha dejado pensando con otra voz. Sospecho que, si escribo algo esta noche, no seré del todo yo. O quizá lo sea por primera vez. Y ahí está el mayor truco de Millás, que es el de hacernos creer que escribe sobre él, cuando en realidad, de manera sigilosa, escribe sobre nosotros.
NOTA: 4,3/5
Juan José Millás (o cómo convertirse en un género literario)

Juan José Millás nació en Valencia en 1946, aunque desde hace décadas reside en un territorio difícil de ubicar en los mapas, una zona intermedia entre la realidad objetiva y el delirio funcional. A simple vista, es un escritor y periodista español, pero quienes lo han leído saben que eso es apenas una primera capa.
Empezó escribiendo novelas —algunas aparentemente normales— hasta que un día, sin que se sepa bien cómo, descubrió que la realidad tenía fugas, grietas, dobleces. Y decidió meterse por ahí. Desde entonces no ha dejado de explorarlas. Millás no escribe solo con las manos: escribe con la duda, con la fiebre, con una segunda cabeza que probablemente sea más literaria que la primera.
Ganador de premios como el Nadal, el Planeta, el Nacional de Narrativa y el Nacional de Periodismo Miguel Delibes, Millás ha demostrado que se puede vivir de contar cosas que quizás no hayan ocurrido… y que, sin embargo, explican perfectamente lo que sí ocurre. Entre sus muchos logros está el de haber inventado una forma narrativa que es casi un género en sí mismo: la “ventana indiscreta” por la que asoma lo absurdo, lo onírico, lo filosófico y lo profundamente cotidiano, todo en la misma frase.
Columnista habitual y observador profesional del absurdo doméstico, ha publicado novelas, cuentos y reportajes, aunque lo que verdaderamente publica —aunque no lo diga— es su mente en estado de observación permanente. Leerlo es entrar en un espejo que no devuelve nuestra imagen, sino una versión ligeramente distorsionada, más divertida y, a menudo, más cierta.
Algunos dicen que su obra mezcla lo cotidiano con lo extraordinario. Pero no. Lo que hace Millás es demostrar que lo cotidiano ya es extraordinario si se lo mira con los ojos adecuados. O con los inadecuados, que a veces son los mejores. No se sabe si seguirá escribiendo. Quizá ya no sea él quien lo haga, sino esa otra cabeza invisible que lo acompaña desde niño. Sea quien sea el que escribe, larga vida a ambos.
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