

- Título: La última función
- Autor: Luis Landero
- Año de publicación: 2024
- Editorial: Tusquets
- Paginas: 224
Luis Landero y la belleza imperfecta, una novela entre luces y sombras.
La última función de Luis Landero es una historia que nos invita a enfrentarnos a ese vértigo silencioso que producen las promesas incumplidas, los caminos no tomados y los sueños que se quedaron suspendidos en el aire, una obra que, para quienes sentimos que el tren de los sueños se escapa mientras miramos el paisaje, resulta imposible no reconocerse en ella. Landero, vuelve con su inconfundible capacidad para capturar lo cotidiano y transformarlo en un universo propio. Sin embargo, algo en esta función parece un tanto desenfocado, hay momentos de brillantez, giros elegantes y reflexiones que te hacen detenerte, respirar y pensar. Sin embargo, esta vez, la promesa de algo grande, en mi humilde opinión, se queda en eso: una promesa. ¿Estamos ante una obra menor de un maestro? ¿O es que hemos llegado con las expectativas demasiado altas? En cualquier caso, hay algo en esta novela que merece ser desgranado, discutido y, disfrutado, aunque de otra manera. Acompáñame a descubrirlo.
Sinopsis
Corre el año 1994 cuando Ernesto Gil Pérez, conocido en el ámbito artístico como Tito Gil, regresa a San Albín, el pequeño pueblo en las afueras de Madrid donde creció. Tito fue una joven promesa del teatro, un actor con un carisma y una intensidad que parecían destinados a marcar época, pero como ocurre con tantas historias de sueños brillantes, el camino de Tito se torció, los proyectos se desvanecieron y los focos y los aplausos se apagaron. Al llegar a San Albín, Tito se encuentra con un pueblo mortecino, tan necesitado de un soplo de vida como él mismo. Quizá buscando un último acto de protagonismo, o simplemente un propósito que le devuelva sentido a sus días, propone la audaz idea de organizar una gran representación teatral. En esta obra, no solo se reencuentra con su antigua pasión, sino que logra encender en los habitantes del pueblo una chispa de entusiasmo.
Paula es una mujer de cuarenta años que, como tantas otras, se siente atrapada en un engranaje que no le pertenece. Su matrimonio no es más que una estructura vacía, una rutina compartida donde las palabras son pocas y los silencios muchos y ponderosos Su trabajo la consume lentamente, como una maquinaria que drena su ilusión y su energía para dejarle un vacío que no sabe como llenar. Cada día parece una réplica del anterior, y aunque Paula no puede señalar un momento exacto, sabe que algo en ella se ha perdido por el camino. Una tarde cualquiera, agotada por la rutina, toma el tren hacia casa, pero el sueño la vence y se salta su parada. Este accidente aparentemente trivial la conduce hasta San Albín, un lugar que, de forma inesperada, le brinda la oportunidad de replantearse su vida.
La llegada de Paula coincide con los esfuerzos de Tito por reunir a antiguos colaboradores de sus años de teatro y a los habitantes del pueblo en torno a su producción teatral. Aunque inicialmente renuente, Paula es arrastrada a esta aventura, y en el proceso se convierte en una pieza clave del proyecto. La obra no solo logra insuflar vida al pueblo, sino que también pone a Tito y Paula frente a sus propios miedos, frustraciones y, sobre todo, ante una vía de escape para esa vida en la que tan atrapados se sienten.
La historia, narrada por un testigo cercano de los eventos, oscila entre los recuerdos de un Tito que sacrificó gran parte de su vida por el teatro y de una Paula que, a su manera, también se debate entre el desengaño y la esperanza. La última función, tal como sugiere el título, es un canto al poder transformador del arte, pero sobre todo al silencio que reina cuando el telón se cierra, cuando los focos se apagan y cuando todo parece volver a su curso… salvo que los protagonistas decidan escribir su propio final.
Opinión
La última función de Luis Landero me ha dejado con emociones encontradas. La maestría del autor para transformar lo cotidiano en algo casi mágico continúa presente, pero esta vez parece que la chispa narrativa que suele caracterizarlo se apaga a mitad de camino. Aunque he encontrado destellos de brillantez y momentos de lucidez emocional, la trama, en mi opinión, está muy lejos de otras obras suyas, como Los juegos de la edad tardía, El guitarrista o Lluvia fina. Creo que es una idea que en manos de Landero debería rozar la excelencia, sin embargo, tan solo se queda en lo correcto.
Me ha dado la impresión de que Landero ha tratado de escribir una oda al teatro, a las segundas oportunidades y a los sueños que nunca se extinguen del todo, pero se ha quedado atrapado en un guion demasiado predecible. Si bien el tema de la frustración y los sueños incumplidos tiene potencial para calar hondo, en ocasiones, la ejecución me ha parecido un tanto sosa e incluso forzada.
Sin embargo, sería injusto no reconocer lo que la novela sí logra, que son momentos de gran sabiduría emocional y escenas en las que uno puede sentir ese toque tan característico de Landero, capaz de convertir lo banal en algo digno de reflexión. Además, su habilidad para plasmar los pequeños dramas de la vida con una sensibilidad única continúa siendo encomiable. Es, en definitiva, una novela que se sostiene por el talento indiscutible de su autor, pero que deja la sensación de que, en esta ocasión, ese talento no está bien acompañado.
Estilo narrativo
La novela está escrita con un lenguaje evocador, donde la prosa de Landero navega con naturalidad entre el lirismo y la descripción de lo mundano, construyendo un ritmo pausado que invita a la contemplación. Landero despliega su característico dominio del lenguaje, para crear puentes entre los paisajes internos de sus personajes, el entorno y la situación que los rodea. Asimismo, me parece destacable la forma en que Landero incorpora pequeños destellos de humor sutil, a menudo camuflados en reflexiones aparentemente triviales o en la ironía implícita de ciertas situaciones. Por su parte, los diálogos, aunque fluidos y naturales, a veces adolecen de una mayor profundidad emocional, dejan con la sensación de que falta un conflicto más tangible que acompañe las reflexiones.
A pesar de ello, es un estilo que me sigue pareciendo admirable y que puede satisfacer a los lectores que busquen recrearse en el arte de narrar por narrar, pero que puede resultar algo fustrante para quienes esperan un ritmo más dinámico o un desarrollo más contundente de la historia. En cualquier caso, es innegable que Landero, incluso en sus momentos más contenidos, continúa siendo un maestro a la hora de encontrar belleza y significado en lo simple y cotidiano.
Personajes
Siempre me ha parecido que Luis Landero posee un talento especial para construir personajes que parecen más vivos que muchas personas reales. En La última función, encontramos una galería que, aunque no tan brillante como en sus mejores obras, sigue siendo el núcleo emocional de la novela.
Empecemos con Tito Gil, un hombre que alguna vez soñó con conquistar los escenarios y que ahora se encuentra atrapado en un papel que parece no haber elegido del todo. Su amor por el teatro, que alguna vez lo situó ante grandes aventuras, ahora se canaliza en pequeños actos de resistencia artística en un pueblo que se va apagando. Es un personaje que me ha parecido conmovedor, no por lo que hace, sino por lo que representa, una oda a las pasiones que no nos abandonan, aunque nosotros pensemos en olvidarlas
Paula, por su parte, es el espejo de Tito, pero desde otra perspectiva. Ella es la protagonista de un matrimonio desencantado, atrapada en una rutina laboral que la consume y en un día a día marcado por el hastío. Su decisión de quedarse en San Albín tras dormirse en el tren no es solo una huida, sino un acto de rebeldía silenciosa, una forma de decirse a sí misma que merece algo mejor. Paula es un personaje que transita entre la fragilidad y la fortaleza, entre el desamparo y la esperanza. Su evolución a lo largo de la novela, aunque sutil, es quizá uno de los aspectos más interesantes de la obra, pues refleja con delicadeza cómo un pequeño acto puede convertirse en el catalizador de un cambio profundo.
Los secundarios, aunque menos desarrollados, cumplen su función de dotar de vida al entorno y ayudan a proporcionar una mayor contundencia a algunos de los temas que trata la novela. En resumen, los personajes de La última función me han parecido el alma de la historia. Aunque algunos puedan sentirse algo arquetípicos o incluso predecibles, su humanidad es innegable, y es a través de ellos que Landero logra conectarnos con las emociones que realmente importan.
Conclusión
La última función de Luis Landero es, en esencia, una obra que se sostiene sobre los pilares de un autor que domina como pocos el arte de contar historias, aunque en esta ocasión, me da la impresión de que ha construido un edificio menos sólido de lo esperado. La novela, con sus luces y sombras, ofrece un retrato interesante de la frustración, la búsqueda de sentido y los sueños postergados, temas que siempre son relevantes y que aquí se abordan con la sutileza y el talento característico de Landero.
Sin embargo, no me ha parecido una obra que brille con la intensidad de algunas de las genialidades que nos ha brindado a lo largo de su exitosa carrera. Aunque es imposible ignorar la maestría en el manejo del lenguaje, la riqueza de su prosa no logra compensar del todo una trama que, en ocasiones, he sentido demasiado endeble para sostener el peso de tantas reflexiones.
Es una novela que probablemente encantará a los incondicionales de Landero, aquellos que disfrutan de su estilo pausado, reflexivo, ingenioso y elegantemente descriptivo. Pero, para quienes buscan una historia que los sacuda o deje una marca imborrable, puede resultar una experiencia algo insatisfactoria. Al final, La última función es una obra que, como la representación teatral que narra, tiene momentos de belleza y encanto, pero cuyo impacto es efímero, dejando tras de sí una sensación de algo incompleto, como si el telón hubiera caído antes de tiempo.
NOTA: 3,5/5
Luis Landero

Luis Landero (Alburquerque, 1948) nacido y criado en el seno de una familia obrera, entre su pueblo natal y Madrid, tuvo una infancia alejada de los libros, pero el destino, siempre imprevisible, le tenía reservada una pasión inquebrantable por la literatura. Antes de convertirse en escritor, fue aprendiz de mecánico, recadero, auxiliar administrativo e incluso guitarrista, un oficio que ejerció con notable talento antes de descubrir su verdadera vocación.
Su formación en Filología Hispánica en la Universidad Complutense y su carrera como profesor en instituciones como la Universidad de Yale y la Escuela de Arte Dramático de Madrid enriquecieron su perspectiva sobre el lenguaje y la narrativa. Sin embargo, no fue hasta 1989, ya superados los cuarenta, cuando Landero se dio a conocer como novelista con una auténtica genialidad llamada Los Juegos de la edad tardía. Esta obra debut fue un auténtico fenómeno literario que le valió el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa.
Desde entonces, Landero ha construido una obra sólida y reconocible, marcada por una prosa cuidada y una mirada profundamente humana. Novelas como El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), El balcón en invierno (2014) o Lluvia fina (2019) exploran con maestría temas como la nostalgia, las aspiraciones frustradas y las siempre complicadas relaciones humanas.
La crítica ha destacado su estilo como cervantino, gracias a su innata capacidad para jugar con el lenguaje y dotarlo de una densidad que, paradójicamente, parece sencilla. En su honor y con su nombre se creó el prestigioso Certamen Literario de Narraciones Cortas Luis Landero, un homenaje a su impresionante trayectoria y a su elevado compromiso con la literatura en española.
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