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Reseña de Mi nombre es Emilia del Valle de Isabel Allende.

10/06/2025
portada de la novela de isabel allende mi nombre es emilia del valle, en la que se ve la silueta de una mujer entre y el mar y un cielo con nubes rosadas.
portada de la novela de isabel allende mi nombre es emilia del valle, en la que se ve la silueta de una mujer entre y el mar y un cielo con nubes rosadas.
  • Título: Mi nombre es Emilia del Valle
  • Autora: Isabel Allende
  • Año de publicación: 2025
  • Editorial: Plaza & Janes
  • Páginas: 368
Índice

    Mi nombre es Emilia del Valle, aunque no es la que esperaba

    Nunca imaginé que llegaría el día en que una novela de Isabel Allende me dejara tan indiferente. No es una autora cualquiera para mí, ya que su prosa me ayudo en mi formación como lector, y sus personajes me enseñaron a mirar la historia desde el corazón. La casa de los espíritus me marcó, Retrato en sepia me cautivó, Cuentos de Eva Luna me acariciaron el alma, y Un largo pétalo de mar me reconcilió con la épica íntima. Por eso mismo, me duele decirlo: Mi nombre es Emilia del Valle ha sido, para mí, una auténtica decepción.

    No es que esperara una réplica de aquellas novelas que me tocaron tan de cerca —eso sería injusto—, pero sí cierta chispa, una mirada fresca, algún riesgo narrativo, o al menos un personaje con voz propia. Y sin embargo, lo que encontré fue algo que se parece demasiado a una fórmula que ha dejado de latir. Una historia que parece querer justificar su existencia más por nostalgia que por necesidad.

    En estas páginas volveremos a Chile, claro, como tantas veces, pero también volveremos —a veces demasiado— a paisajes, esquemas y conflictos que Allende ya exploró con mayor hondura en novelas anteriores. Aquí, ni el conflicto político alcanza complejidad, ni el romance emoción, ni los personajes profundidad. Todo parece envuelto en una niebla de narración distante, como si la autora misma ya no creyera del todo en lo que cuenta, y sin embargo lo cuenta igual.

    ¿Hay belleza en la escritura? En algunos tramos, sí. ¿Hay emoción? A ratos, pero fugaz. ¿Hay historia? Por supuesto. Pero historia no es lo mismo que relato, y relato no es lo mismo que literatura viva.

    En esta reseña, intentaré explicar por qué, pese a todo mi cariño por la autora, esta novela no me ha convencido. No porque no sea Allende —lo es, demasiado—, sino porque lo es en su versión más repetida, más distante, más domesticada. Ojalá me equivoque. Ojalá para otros lectores esta historia cale de otra forma. A mí, sin embargo, me deja en la puerta de una casa conocida… preguntándome si quizás, ya no quiero volver a entrar.

    Sinopsis

    Todo comienza un 14 de abril de 1873, el día en que Emilia cumple siete años. Vive con su madre, Molly Walsh, una mujer fuerte y decidida, en un San Francisco vibrante pero desigual, lleno de inmigrantes que, como ellas, sobreviven al margen del sueño americano. Aquel día, marcado por una extraña excursión y una fotografía, será también el inicio de un despertar más profundo, cuando conoce el nombre de un padre ausente aparece por primera vez en su vida, y con él, la sombra de un lugar lejano llamado Chile.

    Criada entre libros, privaciones y afectos sólidos, Emilia demuestra desde niña una inclinación por la escritura. Pronto comenzará a firmar novelas de crímenes con pseudónimo masculino y logrará abrirse paso en el mundo del periodismo, pese a la incredulidad inicial de sus editores. Su talento y tenacidad la llevarán de San Francisco a Nueva York, donde escribirá crónicas sobre la vida urbana de una ciudad en plena efervescencia, y donde también conocerá nuevas formas de libertad, de pensamiento… y de deseo.

    Pero es en Chile donde su historia alcanza un giro decisivo. Enviada como corresponsal para cubrir el conflicto que sacude el país —una guerra civil de contornos inciertos— Emilia se enfrenta no solo a una tierra desconocida, sino a un contexto de violencia, desigualdad y lucha por el poder que pondrá a prueba su mirada, su oficio y su lugar en el mundo. Entre trincheras, entrevistas, encuentros inesperados y una sociedad profundamente marcada por la desigualdad y el machismo, Emilia irá recogiendo testimonios, cruzando líneas y encontrando verdades personales que no siempre había querido mirar de frente.

    Mientras envía sus crónicas al periódico que aún duda en firmar con su nombre real, Emilia se verá arrastrada por los acontecimientos, por su linaje, por nuevas lealtades y por decisiones que cambiarán el rumbo de su vida. En esta travesía, conocerá a figuras clave del conflicto, visitará los extremos de la condición humana y se acercará, quizá por primera vez, a una idea más compleja y madura de sí misma.

    Estilo y personajes

    Desde el inicio del libro me volví a encontrar esa voz narrativa reconocible, en primera persona, que Allende suele usar para construir la ilusión de cercanía entre protagonista y lector. Sin embargo, aunque la narradora es Emilia, en más de una ocasión tuve la sensación de que su punto de vista se desdibujaba, ya que Emilia no solo narra lo que ve y vive, sino también lo que otros piensan, sienten y deciden, incluso sin haber estado presente. Esa omnisciencia disfrazada de testimonio a veces me sacaba de la historia, ya que sabía demasiado, sentía por todos, y lo contaba todo, casi sin pausas ni zonas de sombra.

    El estilo sigue siendo fluido, con algunos pasajes líricos, aunque esta vez más contenidos y menos evocadores que en otras obras de la autora. Hay un predominio claro de la narración sobre la acción, se nos cuenta más de lo que se nos muestra. Esto ocurre incluso en momentos donde la tensión podría haberse transmitido de forma más directa, como en los tramos relacionados con la guerra o el desarrollo del vínculo romántico. Todo sucede, todo avanza, pero la distancia emocional permanece.

    En cuanto a los personajes, Emilia arrastra el peso de la narración desde su infancia en San Francisco hasta su llegada a Chile. Su carácter se dibuja con cierta solidez al inicio, como una niña inteligente, observadora, fascinada por las palabras y afectada por una identidad escindida. Su madre, Molly, está más perfilada, con una presencia fuerte, definida por la supervivencia, el orgullo y la ternura. También don Pancho, el marido de su madre y a quien Emilia quiere como un padre. Se trata de uno de los personajes más logrados en esta obra, figura entrañable que deja una huella clara.

    Sin embargo, a medida que la trama avanza, muchos personajes parecen perder volumen. Eric Whelan, por ejemplo, compañero de trabajo de Emilia, funciona más como catalizador que como figura autónoma. Su relación con Emilia se construye sin muchas capas, sin que se nos muestren los momentos que justifiquen su importancia, y eso que sucederán cosas importantes. Del mismo modo, Rodolfo León, un periodista chileno, o el propio Andrés del Valle, padre biológico de Emilia, aportan información o ayudan a mover la acción, pero pocas veces se sienten como personas completas con contradicciones internas.

    Las relaciones entre personajes también tienden a la funcionalidad narrativa, se forman, cambian o concluyen de acuerdo con lo que la historia necesita, pero rara vez se desarrollan en profundidad o con matices. Algunas figuras —como Paulina del Valle— aparecen con fuerza, aunque simplemente heredan esa profundidad de novelas anteriores.

    En general, me encontré con personajes definidos más por su papel dentro del argumento que por su evolución interna. Todos tienen conflictos, heridas y decisiones importantes, pero a menudo esas características no parecen tener una raíz emocional clara o un desarrollo convincente.

    En conjunto, el estilo se apoya en una narración continua, en la que los eventos y los personajes se suceden sin pausa, pero también sin demasiadas sorpresas. La voz de Emilia mantiene el tono constante, pero no siempre logra construir esa intimidad emocional que una historia contada en primera persona puede alcanzar.

    Conclusión

    Confieso que empecé esta novela con ilusión. Había algo en la promesa de volver a una genealogía conocida, a un linaje que ya me había acompañado en otras lecturas —los Del Valle, Paulina— que me resultaba casi familiar. Y además, la protagonista, Emilia, tenía potencial, hija de una madre fuerte y un padre ausente, criada entre libros, pobreza y secretos, decidida a escribir y a hacerse oír en un mundo que aún no aceptaba del todo a las mujeres con voz propia. Todo parecía preparado para otra de esas historias en las que Isabel Allende sabe entrelazar destino y carácter, amor y lucha, contexto y emoción.

    Pero pronto empecé a sentir cierta distancia. No por la narradora —que siempre está— sino por lo que no terminaba de pasar dentro de ella. Emilia observa, Emilia describe, Emilia informa. Nos cuenta la historia completa, desde su infancia hasta su paso por la guerra civil chilena, pero rara vez me permitió entrar en ella. Sentí que estaba más atenta a registrar el mundo que a vivirlo. Incluso cuando habla de amor, o de peligro, o de pérdidas, lo hace con un tono tan neutro que cuesta saber si lo que dice la afecta de verdad.

    Algo parecido me ocurrió con el resto de los personajes. Aparecen, actúan, incluso algunos se sacrifican o cambian de rumbo. Pero apenas pude percibir las grietas o las dudas que los hacen humanos. Me habría gustado que Eric Whelan, por ejemplo, tuviera más dimensión. Que entendiera mejor qué lo movía, qué lo detenía, qué lo unía realmente a Emilia. Porque la relación entre ellos está ahí, se menciona, se sigue, pero me costó sentir que florecía. Faltó carne, historia compartida, roce emocional.

    La parte central de la novela, ambientada en Chile durante la guerra, podría haber sido el corazón de la historia. Allí se cruzan los temas importantes como son poder, desigualdad, género, memoria, violencia. Y sin embargo, la mirada de Emilia, aunque compasiva, sigue siendo externa. Cuenta lo que ve, pero pocas veces parece implicarse. Y cuando lo hace, lo dice, pero no lo muestra. El resultado es que muchos de esos episodios, incluso los más duros o intensos, me llegaron más como crónica que como experiencia.

    Sé que la intención de la novela es mostrar una etapa de transformación personal, del paso de la juventud a la madurez, de la periferia a la historia. Pero esa evolución me pareció más argumental que interna. Emilia cambia de escenario, de ocupación, incluso de apellido, pero sigue narrando desde la misma superficie. No hay apenas contradicción, conflicto moral o incertidumbre verdadera.

    Y por debajo de todo eso, sentí algo que me costó nombrar hasta bien avanzada la lectura, una sensación de déjà vu. No por los hechos, sino por el molde. Reconocía las estructuras, los gestos narrativos, los arquetipos, las resoluciones. Por momentos, tuve la impresión de estar leyendo una variación más tenue, de novelas anteriores, todo estaba correcto, ordenado, reconocible… pero también más previsible.

    No me faltaron temas. No me faltó contexto. Pero sí eché en falta esa vibración profunda que Allende ha sabido lograr en otras ocasiones., esa mezcla de pasión, dolor y memoria que atraviesa las páginas y se queda contigo. Aquí, en cambio, me acompañó más la nostalgia, por lo que se cuenta y por cómo se cuenta, que la emoción.

    NOTA: 3,4/5

    Isabel Allende

    Imagen forntal de Isabel Allende en la que aparece con un gesto relajado y una media sonrisa.

    Isabel Allende (Lima, Perú, 2 de agosto de 1942) es una de las escritoras más leídas en lengua española. Nacida en Perú durante una misión diplomática de su padre chileno, se crio en Chile, país al que está profundamente vinculada.

    Su carrera literaria despegó en 1982 con La casa de los espíritus, una novela que mezcla realismo mágico, historia y política familiar, y que la catapultó al éxito internacional. Desde entonces ha publicado más de veinte libros, entre novelas, memorias y relatos, traducidos a más de 40 idiomas y con más de 75 millones de ejemplares vendidos.

    Exiliada tras el golpe de Estado de Pinochet, vive desde hace décadas en Estados Unidos, donde también ha obtenido la nacionalidad. Su obra suele explorar la memoria, el exilio, la identidad femenina y los lazos familiares. En 2010 recibió el Premio Nacional de Literatura de Chile y en 2014, el presidente Obama le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad.

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