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El Judas de Leonardo de Leo Perutz y el rostro de lo eterno.

28/02/2025
portada del libro el judas de Leonardo ne la que se ve el dibujo de un hombre mayor de perfil sobre un fondo color tierra
portada del libro el judas de Leonardo ne la que se ve el dibujo de un hombre mayor de perfil sobre un fondo color tierra
  • Título: El Judas de Leonardo
  • Autor: Leo Perutz
  • Año de publicación: 1959
  • Edición: Enero 2006
  • Editorial: Planeta de Agostini
  • Páginas: 242
Índice

    Fidias y Leonardo, cuando el arte busca lo imposible.

    Atenas, 438 a. C. Ciudad de piedra y sombras, de columnas con la altiva ambición de desafiar al tiempo y rostros que se deshacen con él. El polvo que domina el suelo se alza en remolinos pálidos bajo los pies de los mercaderes que gritan sus precios en el ágora. Higos negros, aceitunas aún amargas, vino espeso como la sangre. El aire arrastra consigo el murmullo de los sofistas y la risa insolente de los jóvenes que han escuchado demasiados poemas de Homero y aún se creen inmortales.

    Bajo los pórticos de la Stoa, donde la filosofía no es solo pensamiento, sino el pulso mismo de la ciudad, los ancianos murmuran sobre la guerra que se avecina. Esparta afila sus lanzas. En los talleres, los esclavos sudan sobre el bronce, forjando armaduras para batallas cuyos himnos se escribirán con sangre y ceniza. En los callejones donde no llega la luz de las antorchas, los desheredados duermen sobre losas frías, soñando con un Olimpo al que jamás ascenderán.

    Desde lo alto de la Acrópolis, Atenea mira su ciudad. Mármol y bronce. Filosofía y miseria.

    Y en medio de todo, Fidias busca.

    Ha esculpido ya a Atenea Partenos, ha dado forma a la diosa de la sabiduría, la ha vestido con oro y marfil y la ha elevado por encima de la ciudad. Pero hay otra obra esperándolo. Un encargo más grande que todos los hombres que han vivido hasta ahora. En Olimpia, un templo aguarda. Dentro de él se alzará Zeus, padre de los dioses y los hombres. Pero Fidias sabe que, sin el rostro adecuado, su obra será solo un simulacro, una mentira tallada con la arrogancia de los mortales.

    Cada amanecer sale al ágora, al Pireo, a los templos donde los peregrinos imploran misericordia. Observa a los jóvenes que entrenan en los gimnasios, sus músculos cincelados por la disciplina, y a los ancianos de mirada vidriosa, que sostienen en sus pupilas la nostalgia o el peso de batallas que solo recuerdan quienes las libraron, no quienes las provocaron.

    Recorre los talleres donde los artesanos moldean el barro y la madera, dando forma a dioses menores con manos ennegrecidas por el hollín. Se interna en los mercados de esclavos, donde cuerpos marcados por el sol y el látigo esperan con la vida rota y la mirada vacía. Camina entre los pescadores del Pireo, donde el salitre y la fatiga esculpen rostros que podrían pertenecer a héroes antiguos o a esclavos fugados.

    El problema no es la fuerza ni la belleza. El problema ese el infinito.

    ¿Cómo dar forma a lo que no tiene forma? ¿Cómo esculpir un dios sin traicionarlo? ¿Cómo no convertirlo en un hombre?

    Hasta que una tarde, en un rincón del templo de Hefesto, lo ve.

    Es un mendigo, alguien sin nombre, sentado entre las columnas, con la espalda curvada como si sostuviera el peso del mundo. Su cabello, un desastre de hilos blancos y ceniza, su túnica, jirones que el tiempo se molesta en conservar. Su piel, es piedra pulida por la fatiga de los años y sus ojos, no hay súplica en ellos, no hay rabia. Solo la infinita indiferencia de quien ha visto el mundo arder y aún continúa en pie.

    Ese rostro… es el rostro del tiempo.

    Fidias comprende.

    Tallará ese rostro en marfil y oro. Hará de él un dios.

    imagen del Zeus de fidias
    Imagen del Zeus de Fidias

    Siglos después, otro hombre, en otra ciudad, vaga con la misma fiebre en la mirada.

    Milán. Leonardo da Vinci.

    Ya ha pintado a Cristo, a Juan, a Pedro. Pero faltaba él. Falta Judas.

    El rostro del traidor no debe ser el de un villano, sino el de un hombre cualquiera, un hombre que podría haber sido bueno si no hubiera sido Judas. Un hombre en cuyo gesto se dibujara la sombra de la duda, el instante de la caída, la culpa y la inevitabilidad.

    Y como Fidias antes que él, Leonardo busca en los rincones oscuros de la ciudad, en las tabernas de mala muerte y en los caminos donde la desesperanza deja sus huellas en el polvo. Busca hasta encontrarlo. Porque hay rostros que no se pueden inventar. Rostros que no se crean, sino que se descubren. Y Leonardo también encuentra el que había estado buscando.

    El Judas de Leonardo

    Se sabe que Leonardo era meticuloso hasta la obsesión en la búsqueda de modelos para sus pinturas. Al parecer, no confiaba en la imaginación para crear rostros, prefería encomendarse a la realidad. Recorría mercados, plazas y callejones, observando a mercaderes, monjes y mendigos en busca de expresiones que capturaran la esencia de cada personaje. Para el encargo eclesiástico que le realizó la multinacional de la mentira, el cuadro de La última cena, no fue diferente

    Cada apóstol debía tener un rostro único, una personalidad propia. No podían ser meros acompañantes de Cristo, sino hombres con historias inscritas en sus facciones. Se dice que estudió a nobles y campesinos, a sacerdotes y criminales, que dibujó innumerables bocetos antes de decidirse y, que según la leyenda, el mayor desafío fue Judas.

    Parece que no podía dotarlo de un gesto caricaturesco de maldad. Tenía que ser un hombre que, en algún momento, pudo haber sido virtuoso. Alguien cuya expresión llevara el peso de una decisión irreversible. Las historias cuentan que Leonardo lo buscó en las cárceles y en los rincones más oscuros de Milán, que necesitaba hallar el rostro de la traición en su forma más humana.

    De esta obsesión de Leonardo con la verdad en los rostros surge la leyenda que Leo Perutz toma como punto de partida en El Judas de Leonardo. Pero su novela no es solo la historia de un pintor en busca de un modelo. Perutz usa este pretexto para construir un relato ágil, ingenioso y lleno de ironía sobre la fragilidad de la moral humana, en el que la culpa y el azar se unen para empujar a su protagonista hacia un destino tan lógico como implacable.

    Sinopsis

    En 1498, en el palacio del duque de Milán, Leonardo da Vinci es interrogado sobre el estado inacabado de La última cena. Su respuesta es sencilla: aún no ha encontrado en la naturaleza un rostro que exprese con la suficiente autenticidad la culpa, la traición y la caída de Judas. Con esta premisa, la narración se desliza con maestría hacia otro hombre, un comerciante austríaco-alemán llamado Joachim Behaim, que acaba de llegar a Milán con la intención de cobrar una antigua deuda que su padre dejó pendiente.

    Aunque el destino aún le tiene reservados un par de enredos, el verdadero problema de Joachim no es solo que el usurero al que reclama su dinero se niegue a pagar, sino que, para su desgracia, también tiene una hija. Una joven de la que, casi sin darse cuenta, se enamora. Pero el deseo y la frustración pronto se enredan con su orgullo herido y su falta de escrúpulos, llevándolo a manipular a la muchacha para que le robe a su propio padre. Antes de abandonar Milán, cuenta su historia en una taberna, y entre los presentes se encuentra Leonardo da Vinci, quien, fascinado por la expresividad del comerciante, le pide permiso para hacerle un boceto.

    Años después, Joachim regresa a la ciudad y descubre que el mundo a su alrededor ha cambiado. Las miradas que antes lo acompañaban con camaradería ahora se tornan en rechazo y horror. Solo al encontrarse cara a cara con la obra terminada de Leonardo comprende la razón, ya que su propio rostro, inmortalizado en la pared del convento de Santa Maria delle Grazie, ha quedado sellado para la eternidad como el de Judas Iscariote.

    Estilo

    Lo que más me atrapó de El Judas de Leonardo fue su claridad. No hay derivas ni adornos superfluos, sino una economía narrativa que, en lugar de restarle profundidad, concede al relato una fluidez adictiva. Perutz no tira de largas descripciones ni de estructuras complejas para transportarnos a la Italia renacentista, tiene suficiente con unas pinceladas precisas y una narración limpia, aguda y por momentos irónica, que nunca se pierde en excesos.

    Otro punto fuerte es su manejo de los diálogos. Son ágiles, naturales, repletos de un humor mordaz que aligera el peso de la narración sin restarle profundidad. En ocasiones parecen sacados de una obra de teatro, rápidos, ingeniosos, y siempre con una acertada mezcla de erudición y burla que los hace irresistibles.

    Los personajes no están profundamente desarrollados, y aun así funcionan a la perfección. No son figuras con una psicología compleja ni buscan generar cercanía con el lector, pero Perutz consigue que resulten creíbles gracias a la precisión de su estilo. Son instrumentos de la trama, casi arquetipos, pero los dota de una autenticidad que los hace fácilmente reconocibles. En otra novela, esta falta de profundidad podría ser un defecto, pero encuentro que aquí encaja perfectamente tanto con la estructura como con la intención de la historia.

    Y luego está uno de los temas centrales de la novela: el arte. Perutz no nos da discursos pomposos sobre la creación artística, sino que nos la muestra en acción. Leonardo, obsesionado con encontrar el rostro perfecto de Judas, no puede inventarlo, debe descubrirlo. Es un proceso que parece casi alquímico, y en este sentido, Perutz lo convierte en un símbolo del propio destino de Joachim.

    En definitiva, El Judas de Leonardo es una novela que engaña. Parece ligera, pero esconde una estructura impecable. Parece cómica, pero nos deja un regusto amargo. Parece histórica, pero en realidad es un relato sobre la fatalidad. Y todo esto lo logra sin excesos, con un estilo limpio, afilado, ingenioso irónico y lleno de profundidad. No todos los escritores pueden hacer algo así.

    ¿A quién gustará y a quién no?

    Si disfrutas de las novelas históricas que juegan con la ironía y el fatalismo, El Judas de Leonardo tiene mucho que ofrecerte. Su ritmo ágil, su prosa precisa y su capacidad para transformar una anécdota en un relato con tintes de tragedia la hacen ideal para quienes buscan algo más que una simple reconstrucción de época. Es una gran elección para aquellos que aprecian la sutileza, que disfrutan con autores que sugieren más de lo que explican y que saben que la historia no necesita ser enrevesada para ser poderosa.

    En cambio, si lo que buscas es una novela con personajes psicológicamente complejos o una trama de giros sorprendentes, quizá esta no sea tu lectura. Aquí los personajes son más bien piezas de un mecanismo narrativo, y aunque funcionan con precisión, no están diseñados para emocionar en el sentido tradicional. Tampoco es un libro para quienes necesiten un final redentor, ya que Perutz no concede treguas ni consuelos.

    Conclusión

    Me resultó imposible no rendirme ante la maestría de Perutz. El Judas de Leonardo es una novela que engaña con su ligereza, como un prestidigitador que nos entretiene con bromas y fanfarronadas mientras esconde la verdadera jugada. Porque aquí lo que importa no es la sorpresa final, que podemos anticipar desde el primer encuentro entre Leonardo y Joachim, sino el modo en que la historia se despliega, cómo Perutz nos conduce con ritmo ágil, con diálogos chispeantes, con esa mezcla de comedia y fatalismo tan característica de su estilo.

    La ironía es el gran motor de la novela. Joachim, que se cree un hombre astuto, termina atrapado en la imagen que otro ha decidido para él. Y lo más cruel es que la traición que lo condena no es la que ha cometido, sino la que Leonardo le adjudica. No es culpable de vender a su maestro por treinta monedas, pero el destino –o el arte– lo convierte en el Judas eterno. Me fascina cómo Perutz juega con la idea de que la imagen puede pesar más que la realidad, de que el arte no solo imita la vida, sino que la transforma. Y sin embargo, no hay amargura en esta historia. Perutz nos lanza guiños constantes, nos invita a participar en su juego. Y yo, como lector, no puedo hacer otra cosa que aplaudir su destreza, mientras recomiendo esta obra.

    Leo Perutz

    imagen de Leo Perutz con las dos manos apoyadas en la cara

    Leopold Perutz, más conocido como Leo Perutz, fue un escritor y matemático austriaco nacido en Praga en 1882. Aunque sus estudios en Matemáticas y Filosofía en Viena quedaron inconclusos, se convirtió en un experto en estadística y trabajó en el sector de los seguros, mientras cultivaba su pasión por la literatura. A partir de 1918, sus novelas comenzaron a ganar reconocimiento, destacando por su estilo ingenioso, su maestría en la narrativa histórica y su sutil juego con lo fantástico.

    Su carrera se vio interrumpida por la llegada del nazismo, que prohibió sus libros, lo que lo obligó a exiliarse en Palestina. A pesar de ello, siguió escribiendo en alemán, reafirmando su identidad literaria europea. Además de El Judas de Leonardo, entre sus obras más celebradas se encuentran El maestro del juicio final y Mientras dan las nueve. Aunque nunca recibió grandes premios, su influencia en la literatura ha sido reivindicada con el tiempo, siendo admirado por autores como Borges e Italo Calvino.

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