

- Título: Los ahogados
- Autor: Benjamin Black (John Banville)
- Publicación: 2025
- Editorial: Alfaguara
- Páginas: 336
Los ahogados entre la maestría y el desencuentro
Definitivamente lo mío con John Banville es una mezcla de admiración y desconcierto. Su escritura me deslumbra, pero sus libros rara vez me terminan de conquistar. El mar no me desagradó, me pareció una maravilla estilística, con un lenguaje preciso y depurado. Copérnico me dejó un poco más frío, aunque seguía reconociendo la destreza del autor. Y con Las singularidades estuve cerca de la rendición, ya que además del virtuosismo narrativo de siempre, esta vez la historia y los temas me llegaron más… aunque tampoco del todo. Con este autor me siento como si estuviera disfrutando de un vino excelente, pero servido en una copa de plástico. Cosas del alma lectora
Y luego está Benjamin Black, el alias noir de Banville, su incursión en la novela negra. Aquí ya entraba con una doble incertidumbre. Primero, porque aunque he leído mucha y he disfrutado de grandes novelas del género, cada vez me da más pereza. Me encuentro con demasiadas historias centradas únicamente en la trama, sin apenas profundidad, donde un detective duro y con problemas va haciendo preguntas por doquier hasta que da con la respuesta adecuada. A veces, hasta lo deduce él solito, a pesar de sus múltiples traumas. Segundo, porque si Banville es capaz de escribir con la elegancia de un orfebre, ¿cómo encajaría eso en un género que, por mucho que pueda ser sofisticado, también exige cierta contundencia?
Por eso fui postergando el momento de leer a Benjamin Black. Pero el talento de Banville es demasiado grande como para ignorarlo. Así que al final cedí. ¿El resultado? Pues lo esperado. Me he encontrado, una vez más, con un estilo impecable, de esos que convierten cualquier frase en un espectáculo. Pero la trama… ay, la trama. Floja, demasiado liviana, incapaz de sostener el peso del andamiaje narrativo. Y aquí es donde se rompe el hechizo: lo que en sus novelas más literarias puede ser un fascinante ejercicio de estilo, en el noir se convierte en un lastre. La escritura es deslumbrante, sí, pero en Los ahogados, segunda entrega de la saga Strafford y Quirke, la historia se hunde.
Sinopsis
En la Irlanda rural de los años cincuenta, la vida solitaria de Wymes, un hombre acostumbrado al aislamiento, da un vuelco cuando se topa con un coche accidentado. En su interior, un hombre llamado Armitage le pide ayuda ya que, según dice, su esposa se ha arrojado al mar y no la encuentra. Algo en su actitud resulta extraño, pero Wymes decide buscar auxilio en una casa cercana.
En la casa viven Charles y Charlotte, una pareja con un comportamiento que no tarda en aumentar la sensación de incomodidad. El ambiente es denso, hay tensión en el aire. Contactan con la policía, que envía al agente Crowley, un tipo rudo y bebedor. Poco después, el caso pasa a manos del inspector Strafford.
Pero Strafford no solo tendrá que lidiar con la investigación, sino también con su vida personal, que está a punto de venirse abajo. Su mujer quiere el divorcio pero para ello le pide que haga algo. Por otro lado, mantiene una relación con Phoebe, con quien vivirá una muy dura experiencia, y que es la hija de su colega, el forense Quirke.
Strafford empieza a investigar e interrogar a los implicados, y se da cuenta de que las versiones no encajan y, poco a poco, el ambiente se vuelve realmente tenso y asfixiante. No ayudará a relajar la situación una nueva e impactante desaparición. Nada es lo que parece y entre secretos, silencios y verdades a medias, Strafford y Quirke tratan de encontrar respuestas, y aclarar su vida.
Opinión
Si Los ahogados es una novela de misterio, yo soy Hercules Poirot. Se comercializa como un thriller independiente, pero la lectura me dejó claro que no es ni lo uno ni lo otro. De acuerdo que es la segunda entrega de una serie, pero la historia arrastra un peso anterior que no se menciona en ninguna parte, como si se esperara que el lector estuviera al día de todo. Strafford y Quirke, los protagonistas, pasan más tiempo rumiando sobre sus propios dramas personales que investigando el caso. Durante páginas y páginas, la desaparición de la mujer que da pie a la trama queda en un segundo plano, eclipsada por matrimonios que hacen aguas, amantes que van y vienen y un desfile de dilemas existenciales. No me malinterpretes, la introspección en el noir es bien recibida cuando suma tensión y profundidad, pero aquí solo parece un obstáculo.
Y cuando por fin sucede algo y la historia parece despegar, el desenlace llega como si alguien hubiera apagado la luz en mitad de la función. Se acabó, a casa. Uno se queda con la sensación de que faltan páginas, de que Banville se cansó y decidió poner punto final sin más. No hay clímax, no hay satisfacción, solo la impresión de que el libro se quedó sin páginas antes de tiempo. El resultado es una historia que no termina de ser policial, ni literaria, ni nada definido. Y así, lo que debería ser una historia de secretos y revelaciones termina pareciendo más bien un catálogo de crisis matrimoniales con un cadáver de fondo.
Estilo y personajes
A pesar de mis asperezas con Los ahogados, he de reconocer que John Banville no es un autor que simplemente arme frases bonitas, es un arquitecto del lenguaje, alguien que trabaja la prosa de una forma muy meticulosa. Hay escritores que te deslumbran con un fogonazo de imágenes desbordantes o con una pirotecnia verbal que a veces oculta vacíos. Banville, en cambio, es más un orfebre que un ilusionista. Su estilo es denso, envolvente, casi hipnótico. No hay una palabra fuera de lugar.
Pero aquí viene el problema. En Los ahogados, su estilo sigue siendo impecable, pero ¿qué sucede cuando el armazón narrativo que lo sostiene es frágil? La respuesta es que, por más bello que sea el envoltorio, uno termina notando que dentro hay poco peso. En sus mejores novelas, Banville puede permitirse jugar con tramas livianas porque lo compensa con la hondura psicológica y la riqueza de su prosa. En el noir, al menos en este caso, se vuelve un problema.
Esto se hace especialmente evidente en los personajes principales. Strafford y Quirke deberían ser el alma de la novela, pero acaban ahogándose (nunca mejor dicho) en sus propias tribulaciones. Hay introspección, sí, pero de la que pesa más de lo que impulsa. En lugar de añadir profundidad, a veces da la sensación de que la novela se queda estancada en sus monólogos internos.
Curiosamente, donde la novela cobra vida es en sus personajes secundarios. Wymes, Armitage, Charles o Charlotte son los que realmente logran darle textura al relato. No son personajes diseñados para agradar, pero ahí radica su fuerza, ya que aportan aristas, tensión, una sensación de amenaza latente que eleva la historia por encima de su trama tambaleante. Son ellos, más que los protagonistas, quienes sostienen la atmósfera turbia y decadente que Banville construye con tanta maestría.
Y esa atmósfera, junto al estilo narrativo, es lo que más me ha gustado del libro. En Los ahogados, logra una opresión densa, una tensión flotante que me recordaba un poco a Santuario de Faulkner. Hay algo en la forma en que insinúa más de lo que dice, en cómo los diálogos parecen estar llenos de turbios secretos, que crea un efecto envolvente. Pero aquí la diferencia es que Faulkner empuja su historia hasta sus últimas consecuencias, mientras que Banville, por alguna razón, parece contenerse en el último momento. Cuando Los ahogados se deja llevar por esa negrura, cuando sus personajes secundarios contaminan el relato con su ambigüedad y su magnetismo, la novela funciona. Pero la falta de un andamiaje firme hace que ese efecto se diluya.
Conclusión
Cierro el libro y me quedo con esa sensación agridulce que ya empiezo a asociar con Banville, o con Black, o con ese híbrido suyo que no termina de definirse. Lo que deslumbra, deslumbra con intensidad, como su prosa afilada, su capacidad para sostener la tensión con pequeños detalles, su manera de construir atmósferas densas, tan palpables que uno casi puede tocarlas. Pero lo que falla, falla con estrépito, ya que la historia se escurre entre los dedos, los protagonistas parecen estar de paso en su propia novela y el desenlace… ¿qué desenlace?
Quizás el problema sea mío, quizás esperaba un noir más sólido, más afilado, más implacable. O quizás el problema sea de Banville, que con su talento innegable ha construido una novela que parece un magnífico edificio con los cimientos de papel. No lo sé. Lo que sí sé es que, aunque no puedo decir que haya disfrutado realmente de Los ahogados, tampoco puedo decir que haya sido una pérdida de tiempo. Porque, al final, incluso cuando no me convence del todo, Banville siempre me deja algo, como una frase que quiero releer, o la certeza de que, al menos en términos de estilo, estoy ante uno de los grandes. Solo me queda esperar que, en la próxima, además de la forma, también acierte con el fondo.
NOTA:3,4/5
John Banville

Nació en Wexford, Irlanda, en 1945. Comenzó su carrera en los años setenta con novelas como Long Lankin y Regreso a Birchwood, pero fue con El libro de las pruebas (1989), finalista del Booker Prize, cuando realmente empezó a dejar su huella. Su gran momento llegó en 2005, cuando El mar, una introspección melancólica sobre la memoria y la pérdida, le valió el prestigioso Premio Booker. Desde entonces, Banville ha sido un nombre inevitable en cualquier conversación sobre literatura de alta gama.
En 2006, decidió ponerse una gabardina imaginaria y entrar en el mundo del noir bajo el seudónimo de Benjamin Black.para incursionar en la novela negra. Su primera obra bajo este alias fue El secreto de Christine. Hoy, John Banville es un autor consagrado, un eterno candidato al Nobel y un escritor que divide opiniones, pero nunca deja indiferente. Lo cierto es que, se ame o se discuta, leer a Banville es siempre una experiencia. Y eso, en el fondo, es lo que importa.