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Resurrección de Tolstoi, una obra inmortal.

18/01/2025
Imagen de la portada de la novela Resurrección de Tolstoi en la que se ven un grupo de personas con un hombre abrazando a una mujer,
Imagen de la portada de la novela Resurrección de Tolstoi en la que se ven un grupo de personas con un hombre abrazando a una mujer,
  • Título: Resurrección
  • Autor: León Tolstoi
  • Año de publicación: 1899
  • Edición: Noviembre 2023
  • Editorial: Reino de Cordelia
  • Páginas: 408
Índice

    Resurrección de Tolstoi una epopeya de culpa, humanidad y cambio

    En el año 1748, en algún punto perdido del Atlántico, un hombre llamado John Newton se enfrentó, no solo la furia de una tormenta que parecía querer desgarrar el cielo, sino también a una cruenta lucha por mantener su barco —y a sí mismo— a flote. En esos momentos, Newton no era más que un pequeño aunque chirriante engranaje en la despiadada maquinaria del comercio de esclavos. Como capitán de una embarcación que cargaba seres humanos encadenados como bestias, no solo había aprendido a cerrar los ojos al sufrimiento, sino que había convertido esa ceguera en su forma de existir.

    Hasta que ese día, la naturaleza, cansada de ser testigo mudo, desató una tormenta descomunal disfrazada de apocalipsis, con el océano, que parecía querer colapsar, como cómplice, mientras las olas embestían con ínfulas de juicio final. Ante esa tesitura, Newton comprendió que estaba perdido, pero no solo perdido en el sentido náutico—sin rumbo, a merced de los elementos—, sino también, perdido en un laberinto moral que él mismo había construido. La tormenta no distinguía entre verdugos y víctimas, entre quienes habían causado dolor y quienes lo sufrían. Solo rugía, arrasando con todo, y Newton, un hombre acostumbrado a imponerse, cayó de rodillas y suplicó.

    Cuando el mar finalmente se calmó, algo había cambiado en él. No fue un cambio inmediato, claro está, las almas no se redimen al ritmo de una ola que retrocede. Pero Newton, por primera vez, comenzó a mirar su vida con otros ojos, ojos que reflejaban tanto la tormenta que había sufrido como las que él mismo había provocado. Abandonó el comercio de esclavos, pero el arrepentimiento de Newton fue un proceso largo y tortuoso.

    Durante años, luchó por enmendar su pasado, dedicándose a la causa abolicionista, llegando incluso a componer himnos que se convirtieron en emblemas de la lucha contra la esclavitud. Sin embargo, Newton no encontró el autoperdón hasta poco antes de su muerte, cuando la esclavitud, finalmente, fue abolida en el Reino Unido. Y aunque esa abolición no sirvió para borrar sus pecados, le ofreció la paz que tanto había anhelado, y la certeza de que, al menos en su último acto de lucha, había logrado redimir una parte de su alma.

    Creo que, en cierto modo, Newton y Resurrección comparten la misma esencia, ya que ambos cuentan la historia de un hombre que despierta moralmente y se da cuenta de que no solo quiere, sino que necesita redimirse. Newton encontró en la abolición de la esclavitud una forma de saldar parte de su deuda moral, mientras que el príncipe Dmitri Ivánovich, el protagonista de Tolstói, se lanza a una ardua lucha tanto interna como externa para tratar de reconciliarse con su propia conciencia.

    Han pasado muchos años desde que leí esta novela por primera vez, y admito que no la tenía tan fresca como me habría gustado para escribir esta recomendación. Por eso, decidí releerla. Aunque no tenía intención de sumergirme por completo, pensé que tal vez unas cien páginas serían suficientes para avivar los recuerdos, no porque no me apeteciera leerla de nuevo, sino por la falta de ese material exótico tan escurridizo y limitado llamado tiempo.

    En cuanto empecé, creo que unas 50 o 60 páginas fueron suficientes para revivir la esencia de la obra, para sentir de nuevo el peso de sus palabras, de su estilo, para reencontrarme con sus personajes y recordar situaciones y acontecimientos. Sin embargo, no pude parar, ya sabes como es Tolstoi, en cuanto te empieza a contar una historia, no te suelta hasta que termina. Así que, saque tiempo de donde no lo había, (una paradoja lectora/temporal) y volví a leer la novela casi por completo. Al final me faltaron algunas páginas para terminar, el tiempo ganó la batalla y me arrancó el libro de las manos. A pesar de ello, creo que ahora sí puedo hacer una recomendación de la novela en condiciones. Eso sí, querido tiempo, me vengaré de ti, y sino, tiempo al tiempo.

    Considero a Tolstói un auténtico gigante de la literatura, y creo que con Resurrección logró algo especial, algo que, desde mi punto de vista, la distingue incluso de sus obras más reconocidas, como Guerra y Paz o Anna Karénina. No digo que Resurrección sea mejor —sería una afirmación atrevida frente a la monumentalidad de las otras dos—, pero le tengo un cariño muy particular. Tal vez porque fue la primera novela de Tolstói que leí, y ya sabes cómo son las primeras veces: te marcan de una forma irrepetible.

    Con el tiempo, descubrí la genialidad épica de Guerra y Paz y la profunda humanidad de Anna Karénina, pero debo admitir que en ambas hubo momentos que se me hicieron algo densos, como si Tolstói, amparado en su grandeza, se permitiera ciertos excesos. En Resurrección, en cambio, tuve la sensación de que su estilo y su pensamiento estaban más condensados, más directos, sin fisuras. Y, si me permitís, aprovechando que ya estáis cómod@s, os lo voy a explicar.

    Sinopsis

    Todo comienza con Dmitri Ivánovich Nekhlyúdov, un noble que vive muy placidamente entre los privilegios de su clase, hasta que el pasado irrumpe en su reconfortante vida de forma inesperada. Como miembro del jurado en un juicio, se encuentra frente a la acusada: Katyusha Maslova. Su nombre no solo le resulta familiar, sino que despierta en él un recuerdo que creía borrado por el tiempo y su falta de humanidad.

    Años atrás, Katyusha era mucho más que la pupila y sirvienta de las tías del príncipe Dmitri Nejlúdov. En la tranquila finca familiar, su bondad iluminaba cada rincón, y para el joven Dmitri, se convirtió el centro de un primer amor tan puro como inexperto. Pero el brillo de aquella época se oscureció en una noche fatídica, en que Dmitri, impulsado por el fervor de su juventud y la frivolidad de su vida aristocrática, abusó de ella. Lo que para él fue una acción más en su egoísta e inconsciente trayectoria, para ella marcó el inicio de una caída que la arrastró de la inocencia a la condena.

    Encima, tras sufrir esta terrible acción, Katyusha fue expulsada de la finca y empujada hacia un abismo del que parecía imposible salir. Su vida, marcada por la humillación, la pobreza y la desesperación, la acabó convirtiendo en prostituta, y en alguien que ha dejado atrás cualquier rastro de la joven que alguna vez fue. Y ahora, allí está, en el banquillo de los acusados, condenada por un crimen que no cometió: el asesinato de un cliente.

    Dmitri queda devastado, ya que la mujer que se encuentra frente a él es la prueba viviente de sus errores, un brutal recordatorio de cómo sus acciones destrozaron una vida. Esa culpabilidad que le carcome, lo impulsa a cambiar de raíz y decide ayudar a Katyusha, no solo en el juicio, sino en su posterior condena a prisión en Siberia. Pero lo que comienza como un acto de reparación termina por convertirse en algo mucho más grande y profundo.

    A medida que visita cárceles, acompaña a Katyusha y se sumerge en las vidas de otros prisioneros, Dmitri descubre una realidad que hasta entonces había ignorado. Bajo la opulencia de su mundo aristocrático se extiende un sistema despiadado, plagado de injusticias, abusos y sufrimiento inimaginable. Es una revelación que lo transforma. Renuncia a sus tierras, las cede a los campesinos y sigue a Katyusha en su exilio, dispuesto a casarse con ella si así quiere.

    Sin embargo, el camino hacia la redención de Dmitri se revelará tortuoso y sembrado de dilemas morales que florecerán en forma de nuevas pruebas y desafíos. Mientras tanto, Katyusha, lejos de ser una simple víctima, trazará su propio sendero hacia la aceptación de su destino, encontrando, en medio de su sufrimiento, una nueva forma de amor y resignación. Resurrección no es solo un relato sobre el peso del dolor y la culpa, sino un colosal fresco social que Tolstói, con su talento insuperable, convirtió en una magistral reflexión sobre la decadencia moral de su tiempo.

    Estilo

    Cuando me adentré en esta genialidad, descubrí que Tolstói va mucho más allá de narrar, disecciona de una forma en que cada palabra y cada línea parecen estar calculadas para sostener una monumental estructura moral y filosófica que vertebra la novela. Pero no os confundáis, esto no significa que el texto sea árido o inasequible, sino más bien todo lo contrario, la prosa de Tolstói tiene esa cualidad tan suya de ser al mismo tiempo cristalina y profunda, como un lago cuya superficie refleja todo a simple vista, pero cuya profundidad es abismal si decides zambullirte.

    Primero, hablemos de su estilo narrativo. Tolstói utiliza una voz omnisciente que además de relatar hechos, entra y sale de las mentes de los personajes con una facilidad pasmosa, como si tuviera el don de la telepatía y nos invitara a participar de su poder. La prosa, por su parte, tiene una cadencia casi hipnótica, ya que no corre en absoluto, sino que se toma su tiempo para recrear cada escena con un nivel de detalle que a veces parece excesivo, pero que siempre termina revelando algo esencial. Por ejemplo, en la escena en la que se celebra el juicio de Katyusha, cada gesto, cada conversación, cada descripción y cada pensamiento fugaz de los participantes, se convierte en una pieza más del rompecabezas que explica cómo una injusticia tan flagrante puede producirse. Es un estilo que demanda de nuestra atención, pero sabe recompensar esa paciencia con una comprensión más profunda del mundo que Tolstoi trató de mostrarnos.

    Otra de las cosas que más me llamó la atención es cómo juega con los contrastes en su prosa. Según leía tenía la sensación de que utilizaba el lenguaje como una herramienta viva, adaptable a cada rincón de la historia. Hay momentos en que su estilo parece casi ceremonial, cargado de reflexión, como si cada palabra fuera un paso en un lento paseo, de esos que nos invitan a perdernos en nuestros propios pensamientos. Sin embargo, al llegar a determinado pasajes, como las descripciones de los prisioneros, todo cambia, desaparece cualquier prenda de gala literaria y empieza una escritura hecha con manos desnudas, con frases sobrias, precisas, casi incómodas, pero no por la ausencia de belleza, sino porque refleja exactamente el desgarro y la crudeza de lo que narra.

    Por otro lado, como era de esperar, los diálogos en manos de semejante maestro no son meros intercambios de información, sino que son campos de batalla donde chocan ideas, valores y prejuicios. Tolstói también dejó patente su habilidad única para capturar la cadencia del habla humana, con todas sus repeticiones, vacilaciones y silencios incómodos. Finalmente, está el tono moralizador, un rasgo que siempre ha generado divisiones entre los lectores. Personalmente, creo que la forma en que Tolstói aborda las cuestiones morales es lo que da a su prosa ese carácter tan distintivo. Sí, a veces puede resultar sermoneador, pero lo hace con tal sinceridad y con un análisis tan agudo que resulta imposible no reflexionar sobre las preguntas que plantea.

    En resumen, el estilo de Tolstói en Resurrección es un equilibrio entre lo bello y lo brutal, lo detallado y lo universal, con el que no solo cuenta una historia, sino que nos incita a cuestionarnos, a mirar más allá de las palabras para encontrar aquellas verdades incómodas que tras ellas se ocultan. Y aunque sé que no todos los lectores disfrutarán de la densidad y el ritmo pausado de su prosa, aquellos que lo hagan descubrirán una obra inolvidable.

    Personajes

    Nejludov me pareció un protagonista extraordinariamente humano, un hombre atrapado entre la culpa, el deber y la redención. Su transformación no es un recorrido predecible de caída y ascenso, sino un camino plagado de dudas, recaídas y epifanías. Me fascina cómo Tolstói lo lleva al límite, enfrentándolo constantemente con su reflejo más crudo, el de un ser privilegiado que despierta tarde a la injusticia que ha ayudado a perpetuar. Su vacío existencial no es melodramático, es real. Todos hemos tenido momentos en los que nos preguntamos qué demonios estamos haciendo con nuestras vidas, y Nejludov se encuentra en medio de esa tormenta durante casi toda la novela.

    Y Maslova, un personaje difícil de olvidar, una mujer con unas cicatrices muy profundas y una fortaleza que duele reconocer. Me impresionó cómo se enfrenta no solo la injusticia de un sistema que la aplasta, sino también a las consecuencias de las decisiones que ha tomado en medio de esa lucha por sobrevivir. Del mismo modo que también me impactó su evolución, que no es un proceso mágico ni forzado, sino una transformación dura, forjada entre los muros de la prisión y el roce con otros prisioneros que, como ella, buscan un propósito en medio de una situación devastadora.

    Alrededor de ellos, Tolstói despliega un reparto de personajes que encarnan magistralmente las tensiones de la sociedad rusa. Activistas, jueces, presos, abogados, fiscales, guardias… individuos que, mediante sus historias y comportamientos, reflejan de forma nítida la amplia diversidad de sufrimientos humanos que la novela expone. Algunos provocan desprecio, otros despiertan compasión, pero todos, sin excepción, dejan una huella imborrable en esta epopeya social.

    Conclusión

    En las dos ocasiones que me he enfrentado a esta obra me ha parecido estar ante una de las mejores novelas que había leído jamás, incluso, como ya os he comentado al inicio, dentro de la brillante producción de Tolstói. La forma en que combina su estilo lírico y reflexivo con la crudeza de las críticas sociales me dejó asombrado.

    Sin embargo, sería deshonesto no admitir que hacia el final me sentí algo desconectado. A medida que la prosa se vuelve más filosófica y la historia toma un giro abiertamente religioso, mi entusiasmo se vino un poco abajo. No porque Tolstói no logre transmitir su mensaje —al contrario, lo hace con una claridad apabullante—, sino porque las conclusiones a las que llega chocan con mi propia visión del mundo. La insistencia en una respuesta casi exclusivamente espiritual para los males de la humanidad me dejó un tanto frío, me hizo perder algo de la conexión emocional que me había mantenido atrapado hasta entonces.

    Aun así, al tratarse de una perspectiva personal, sería totalmente injusto juzgar toda la novela por esos capítulos finales. A pesar de este “pero” Resurrección es una obra monumental, no solo por la profundidad de sus personajes y su mirada crítica hacia la sociedad, sino también por la valentía de Tolstói al exponer sus convicciones,. Quizás ese fue su mayor mérito, el de escribir sin concesiones, dejando claro que la literatura no está hecha para complacer a todos, sino para sacudirnos, incomodarnos y obligarnos a pensar. Y en eso, Tolstói no solo triunfó, sino que sigue triunfando y lo hará siempre.

    León Tolstoi

    imagen de Tolstoi coo su larga barba blanca, sentado en una silla, con un libro en las manos.

    Lev Nikoláievich Tolstói (1828-1910), conocido simplemente como León Tolstói, es uno de los escritores más destacados de la literatura universal y una figura clave del realismo ruso. Nació el 9 de septiembre de 1828 en Yasnaya Polyana, una finca familiar situada en el corazón de Rusia, donde también falleció el 20 de noviembre de 1910, tras una vida marcada por la búsqueda espiritual, el compromiso social y una producción literaria excepcional.

    Tolstói es recordado no solo por sus magistrales novelas, sino también por su compleja vida personal y su evolución filosófica. Aunque comenzó su carrera como un joven aristócrata que disfrutaba de los privilegios de su posición, con el tiempo se convirtió en un ferviente crítico de las desigualdades sociales, siguiendo un estilo de vida austero y promoviendo ideas de pacifismo, vegetarianismo y rechazo al materialismo.

    Entre sus logros literarios, destacan sus dos novelas monumentales, Guerra y paz, una vasta epopeya sobre la Rusia napoleónica que combina la vida de la aristocracia con los conflictos de la guerra, y Anna Karénina, un desgarrador análisis de las relaciones humanas, la hipocresía social y la búsqueda de la felicidad. Ambas están consideradas obras maestras de la literatura universal. Además de estas dos y la mencionada Resurrección su prolífica carrera incluye cuentos y relatos inolvidables como La muerte de Iván Ilich, Hadji Murat y Los cosacos.

    Aunque Tolstói no recibió premios literarios internacionales en vida (una práctica poco extendida en su época), fue nominado varias veces al Premio Nobel de Literatura, pero nunca lo obtuvo, un hecho que sigue siendo debatido en la historia de la academia sueca. Más allá de la literatura, Tolstoi inspiró a figuras como Mahatma Gandhi, quien adoptó muchos de sus principios sobre la no violencia. Tolstói sigue siendo una figura monumental, cuyo legado va mucho más allá de las páginas de sus grandes obras maestras.

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