¿Qué es la lectura rápida?
Seguro que, como buen lect@r que eres, en más de una ocasión te has encontrado frente a una montaña de libros pendientes de leer y has echado en falta tener algún tipo de poder para absorber todo ese conocimiento a la velocidad de la luz. Bueno, pues esa es básicamente la promesa que nos ofrece la lectura rápida: un súper poder que nos convierte en una especie de bibliodevoradores en tiempo récord, pero sin que nos salgan rayos láser por los ojos mientras escaneamos páginas… aunque, bueno, eso no estaría mal.
La lectura rápida, en pocas palabras, es un método que promete entrenar nuestro cerebro para procesar palabras a una velocidad mucho mayor de lo normal. ¿Cómo? Saltándonos algunas líneas por aquí, algunos párrafos por allá y eliminando todas esas palabras que «seguro que no importan». Al parecer, nuestro cerebro puede rellenar esos huecos con magia neuronal, hechizos de eficiencia, o algo así.
El boom de la lectura rápida viene acompañado de la mano por nuestra obsesión por la productividad, ya que vivimos en un mundo donde parece que no es suficiente con hacer las cosas bien, ¡tenemos que hacerlas rápido! Y bajo esa premisa, la lectura rápida nos seduce como ese tentador atajo que nos promete que vamos a ser capaces de leer «Guerra y Paz» en lo que dura un café.
La popularización de esta técnica ha sido impulsada por cursos, apps, y libros que aseguran que si puedes entrenarte para correr un maratón, también puedes entrenar a tus ojos para hacer la vuelta al mundo en ochenta libros. ¡Qué maravilla, ¿no?! Solo que… hay unos pequeños detalle que solemos olvidar en todo este asunto de la eficiencia: ¿qué pasa con la calidad de lo que leemos cuando volamos por las páginas como un coche en una carrera de fórmula 1? ¿Realmente estamos aprendiendo, entendiendo y disfrutando lo que leemos, o tan solo estamos tachando títulos de la lista?
Contradicciones de la cultura de la productividad
En estos tiempos de hiperproductividad en los que vivimos, da la impresión de que todo se debe medir en función de lo rápido que podemos hacerlo, pero no solo el trabajo, si no también nuestras aficiones, como la lectura, han sido arrastradas por esta corriente. Nos bombardean con la idea de que debemos leer más, más rápido, como si la acumulación de páginas fuese la medida del éxito intelectual, cuando en realidad, esta obsesión por leer rápido en nombre de la eficiencia es uno de los grandes enemigos del aprendizaje.
El gran error de esta mentalidad productiva es creer que más siempre es mejor, sin embargo, al forzar a nuestros ojos y mente a «procesar» palabras a velocidad de vértigo, lo único que logramos es una lectura superficial. Sí, puede que acumules más títulos, pero te aseguro que lo que realmente importa se te va a escapar de las manos, estás sacrificando la calidad en el altar de la velocidad.
La ironía es brutal: al tratar de ser más productivos, nos volvemos menos efectivos. Pasamos de largo por las ideas sin profundizar en ellas, pensando que lo estamos haciendo bien porque tachamos más y más títulos de nuestra lista. Aunque lo que en realidad estamos perdiendo es la esencia misma de la lectura: la capacidad de transformar lo que leemos en algo que cambie nuestra forma de ver el mundo.
Impacto en la capacidad crítica y reflexiva
Leer a toda velocidad y además saltándote partes, es como intentar degustar una pizza en tres mordiscos, claro, te la acabas, pero ¿realmente has podido disfrutar de ese toque crujiente del borde o el contraste entre la salsa y el queso? Pues con la lectura rápida sucede algo muy similar, ya que cuando corremos por las páginas, algo importante estamos dejando atrás, y no me refiero solo a las palabras, sino a lo que esas palabras pueden hacer en nuestro cerebro.
Al leer despacio, nuestro cerebro tiene tiempo de procesar, de hacer conexiones, de tener ideas, de preguntarse cosas como: “¿Por qué el autor escribió esto así?” o “¿Qué implicaciones puede tener esta idea?”. Es en esa pausa reflexiva donde nace la capacidad crítica, ya que en estos momentos nos encontramos en una conversación profunda con el texto, donde cuestionamos, comparamos, dudamos y… ¡boom!, ocurre la magia: aprendemos. Además, ya sabemos lo que sucede cuando no cuestionamos, aceptamos cualquier cosa sin ningún tipo de filtro, lo cual es, como mínimo, peligroso.
La lectura rápida, en cambio, convierte esa conversación en un monólogo apresurado, donde solo una parte está hablando sin parar (y encima lo hace tan rápido que no entendemos absolutamente nada). El análisis crítico necesita su tiempo, del mismo modo que una buena taza de té debe reposar para liberar todo su sabor. Apurar la lectura como si fuera un concurso de velocidad, es como ver una estrella fugaz y pensar que has visto y comprendido todo el universo.
Así que, sí, la lectura rápida puede parecer algo muy eficiente, pero si sacrificamos nuestra capacidad crítica en el proceso, ¿realmente estamos aprendiendo algo? Aprender no consiste tan solo en acumular información, sino en reflexionar sobre ella, darle vueltas, integrarla en nuestro pensamiento e incluso en nuestro día a día. Y para eso, amig@s, no hay atajos.
Beneficios cognitivos de la lectura lenta
Siempre me ha gustado tomarme mi tiempo a la hora de leer, saboreando cada palabra como si fuera un buen chocolate caliente. Para mi, hay algo mágico y meditativo en la lectura lenta, ya que no solo absorbes mejor las ideas, sino que tu cerebro lo agradece, se expande, como si estuvieras dándole un buen estiramiento. Es como una charla larga y profunda con un amigo, una de esas charlas que no quieres que terminen nunca.
Y cuando te permites disfrutar el ritmo pausado, no solo te quedas con la historia, sino que sales más lúcido, más despierto, como si hubieras hecho yoga mental. No me dirás que ese no es un buen motivo para leer sin prisas, de hecho, la lectura rápida es defendida por su eficiencia, pero: ¿cómo puede ser eficiente si por el camino pierdes cosas tan importantes como las que vamos a ver a continuación?
Concentración
Uno de los grandes beneficios de leer a un ritmo pausado es la verdadera concentración que conseguimos, ya que al tomarnos el tiempo necesario, cada palabra adquiere su lugar y su peso, y ahí estamos nosotros, con nuestros sentidos totalmente entregados experimentando todo aquello que leemos. La lectura rápida, en cambio, es como tratar de escuchar tu canción favorita en modo acelerado, puedes reconocer la melodía, pero te vas a perder el alma de la música. Además, hoy en día, nuestra concentración es un bien escaso, ya que estamos constantemente bombardeados por distracciones, y no es fácil mantener el enfoque en una sola cosa durante mucho tiempo. Leer despacio es casi un acto de rebeldía en un mundo que nos empuja a hacerlo todo rápido. Y ¿sabes qué? Vale la pena rebelarse de este modo, porque cuando lo hacemos, nuestra concentración se fortalece.
Memoria
Otro beneficio de la lectura lenta, es el importante impacto que tiene en la memoria. ¿Te ha pasado que lees un artículo o un libro de forma rápida y cinco minutos después ya no te acuerdas de nada? Eso es lo que yo llamo el «efecto colador»: entra la información por un lado, y se va por el otro sin dejar rastro alguno.
Cuando leemos despacio, le estamos dando a nuestro cerebro la oportunidad de procesar y almacenar la información de una forma más efectiva, como si estuviéramos tallando en piedra en lugar de garabatear en la arena. También podemos hacer conexiones más profundas con el material, y esas conexiones son las que permiten que recordemos las ideas, los conceptos o incluso las emociones que el texto nos ha producido.
Además, no olvidemos que la memoria no solo sirve para retener datos, sino también para retener experiencias. Un libro leído con calma se convierte en una experiencia memorable, y cuando volvemos a pensar en él, no solo recordamos lo que decía, sino también cómo nos hizo sentir. Otro tanto para la lectura lenta, ya van unos cuantos y esto aún no ha terminado.
Reducción del estrés
Lo que viene ahora es oro puro en estos tiempos: la lectura lenta reduce el estrés. No estoy exagerando, se trata de un hecho comprobado que leer despacio, posee efectos similares a la meditación. Es como si al tomarte tu tiempo con un libro, tu mente entrara en modo zen, te encuentras concentrado, aunque relajado, inmerso en el texto, totalmente desconectado de todo, pero a la vez, en paz con el mundo.
Al leer rápido el cerebro entra en modo «productividad extrema», igual que si estuviera en una especie de carrera contra el reloj. Pero leer despacio… ¡ah, eso es otra historia! Es como si le dijeras a tu cerebro: «Tranquilo, amigo, aquí no hay ninguna prisa, vamos a disfrutar tranquilamente de esto.» De este modo, poco a poco, el cuerpo se relaja, la mente se calma, y el estrés acumulado por el día a día comienza a desvanecerse. Así que, en resumen, leer despacio no solo te puede hacer más inteligente, sino también más zen.
Empatía
Una de las cosas que más me fascina de la lectura lenta es el vínculo emocional que se puede llegar a crea entre el lector y el texto. Imagina que estás leyendo una novela, de esas que te llegan de verdad, con personajes con los que te sientes totalmente identificado, o ideas que te hacen replantearte tu forma de ver el mundo. Ahora, ¿crees que podrías tener esa misma conexión si lees todo a velocidad turbo? Lo dudo mucho.
Si hay algo que realmente nos hace humanos es la capacidad de ponernos en los zapatos de los demás, de sentir lo que otros sienten, de sufrir con sus desgracias y alegrarnos con sus triunfos. Curiosamente, la lectura lenta es una herramienta mágica para esto. ¿Por qué? Porque al leer despacio, no solo pasas por las palabras, sino que te detienes en ellas, y por lo tanto, cuando un personaje está pasando por un momento difícil o cuando alguien, en un ensayo o una biografía, comparte una experiencia complicada o dolorosa, tú te detienes, lo vives con ellos. Es como si, al leer despacio, estuvieras diciendo: “Estoy aquí, contigo, viviendo esto a tu lado”.
La lectura rápida, por otra parte, no deja mucho espacio para la empatía, te enteras de lo que pasa, pero no llegas a sentirlo. La lectura lenta, en cambio, te obliga (en el buen sentido) a detenerte en las emociones, a quedarte un rato en esa tristeza, en esa alegría, en esa tensión, en ese jardín donde la empatía florece.
Pensamiento profundo y creativo
Y por último, algo que pocas veces se menciona, pero que es muy importante: leer lento favorece el pensamiento profundo y creativo. Cuando te tomas tu tiempo con un texto, no solo lo entiendes mejor, sino que también empiezas a ver conexiones entre ideas y conceptos que a primera vista podrían no estar relacionados, pero que, gracias a ese espacio mental que genera la lectura pausada, de repente le encuentras un sentido. Es como si al leer de forma pausada, le dieras a tu cerebro el espacio necesario para que las ideas se encuentren, se conozcan, bailen juntas, creen algo nuevo y, finalmente, formulen la pregunta mágica: «¿y si…?».
Conclusión
Como ves, la lectura lenta, al contrario que la lectura rápida, no es un capricho ni una moda, se trata de una necesidad, un recordatorio de que el conocimiento y el aprendizaje profundo no se consiguen a velocidad de crucero. No hay app ni curso exprés que reemplace el poder de tomarte tu tiempo, de dejar que las ideas se filtren y se instalen en tu mente. Piensa en un buen guiso que necesita horas a fuego lento para alcanzar su mejor sabor, no puedes apresurarlo, y tampoco deberías querer hacerlo, porque si lo haces, no te quedará bien.
Leer despacio no solo es una rebelión contra la tiranía de la productividad, es también un acto de autoconciencia, de cuidado y de amor propio, porque, no se trata de cuántos libros leas, sino de lo que esos libros pueden hacer contigo y por ti. Un solo párrafo, bien digerido, puede cambiarte la vida más que un estante lleno de títulos tachados, y ese es el tesoro, la transformación personal que ocurre cuando dejas que la lectura te toque, en lugar de simplemente pasar por encima de ella.
Así que, la próxima vez que alguien te sugiera que podrías leer más rápido, recuérdale lo que ya sabes: no todo lo que es rápido es mejor, y mucho menos cuando se trata de leer, ya que los libros no son solo palabras impresas, son como amaneceres que necesitan su tiempo para desplegar todo su colorido. La verdadera magia de la lectura no está en cuántas páginas pasen por tus ojos, sino en las que logran quedarse dentro de ti, esa son las que te cambian para siempre, las que te hacen cerrar el libro, mirar al horizonte y sentir que algo en ti, en el mundo, ha cambiado.